viernes, 5 de noviembre de 2010

El asesino sentimental


Jaime Bayly ha llevado su papel de francotirador hasta el límite. Su afinada puntería la han probado  no sólo los políticos sino su propia familia, sus amigos, sus afectos más cercanos. Y, a la larga, hasta él mismo. Camuflado como escritor,  este tirador de élite ha lanzado sus disparos a mansalva movido a veces por la rabia, otras por el rencor aunque casi siempre por el mero placer de poner en evidencia las miserias que los otros buscan esconder.

El es consciente de su capacidad de destrucción (y de autodestrucción). “Yo peleo con las palabras, las que digo y las que escribo. Las palabras son proyectiles de grueso calibre que, disparadas con puntería, son capaces de abrir orificios en los cuerpos de mis enemigos y dejarlos malheridos, exánimes”. Y ya son varios los objetivos seleccionados que han probado su pericia para el aniquilamiento.
Tal vez quien recibió con mayor intensidad las descargas del fusil que es su lengua (o su pluma) fue su padre, Jaime Bayly Llona, a quien el francotirador apuntó aún antes de  tener el título de disparador oficial.
Del patriarca de la familia Bayly, Jaime pintó un retrato poco halagador en su primera novela, No se lo digas a nadie, y luego en sus columnas,  donde quedó claro que el hijo nunca le perdonó al padre los maltratos físicos y menos los emocionales. El rencor que ese recuerdo le provoca lo ha manifestado disparando sin compasión: “Mi padre fue un cabrón de mala entraña. Al menos lo fue conmigo y no se tomó vacaciones para joderme la vida. (…) vengó en mí todas sus amarguras y frustraciones. Fue un cabrón armado y un cabrón lisiado y ya se sabe que los cojos son todos malos o a punto de ser malos”. Ni la muerte del anciano aplacó su ánimo de revancha. “Cuando mi padre murió no sentí nada parecido a la tristeza. Sentí un alivio profundo y una tranquilidad culposa, como si por fin hubiera derrotado a un adversario que en algún momento me había parecido indestructible, invulnerable”, escribió.
Pero el padre no ha sido el único blanco. Con Roberto Letts Colmenares, el  millonario tío Bobby que falleció en abril de este año,  Bayly no ha sido menos certero y demoledor. Antes de su muerte lo definiría como “uno de los tipos más miserables, avaros, despóticos y malvados que conozco. Es como el tío millonario de los Simpson pero en versión amariconada. Es un cabrón cosmopolita y profesional, un cabrón de lengua afilada y venenosa (…)”. Y aún después de muerto el tío, siguió disparando. “Yo sé que es verdad que el tío millonario que murió era homosexual y pagaba por servicios sexuales. Por novelar  esa verdad, mi tío me odió el resto de su vida y debe seguir odiándome el resto de su muerte”. Una infidencia que además de la condena familiar, le costó ser excluido de la jugosa repartija post mortem.  Aunque para eso le queda su madre, la beneficiaría de casi 300 millones de dólares de la fortuna de Letts.
Yo amo a mi mami
Por ella, Doris Letts, Jaime guarda un comprensible e incondicional amor de hijo pero no por eso exento de críticas, algunas municiones de menor calibre y, por momentos, ciertos atisbos de codicia por los millones que le fueron esquivos en el testamento. En varias de sus columnas relata pasajes de sus conversaciones, la muestra como una mujer buena aunque un poco tonta. Además, la considera ciertamente dominada  por su fanatismo religioso. “Yo sé que fiel a su moral intolerante, a su cofradía de fanáticos, peleará hasta el final para convencerme de ser heterosexual”. A ella le ha lanzado además otros proyectiles con mayor capacidad de dañar. “Por intentar ser fiel a tus verdades y pelear por ellas, tu familia te desprecia y tu madre conspira a tus espaldas para que no sigas diciendo en público esas verdades que ella se ha pasado la vida escondiendo debajo de la alfombra”, escribió el francotirador en uno de sus escritos más descarnados.
Con los demás miembros de su familia también ha sido especialmente cínico y despiadado (quizás las únicas a salvo de las balas sean sus hijas). Por sus hermanos, a quienes considera sus competidores o sus enemigos, guarda un cariño limitado, casi formal cuando no una inquina evidente. “Mi hermano Miguel es un subnormal, un oligofrénico, un loco maluco, un macho vacuno castrado.  Ha robado todo lo que ha podido hurtar, tiene una larga carrera en el mundo del hampa. Ahora dice que es empresario. Menudo cleptómano y cachafaz, dice que quiere pegarme. Que intente pegarme. Nada me daría más gusto que regalarle una lluvia de plomo a ese jabalí acojudado”. Apunta y dispara directo a matar.
Amores perros
Con sus parejas tampoco ha podido evitar ser hiriente, aunque es cierto que sus instintos asesinos han sido más limitados que cuando se trata de su familia carnal.  Ex esposa, amante y nueva novia han recibido algunas municiones a través de  sus columnas y en medio de historias con más o menos dosis de melodrama mexicano. Es que, según confiesa el propio Jaime, tiene un “talento natural para hacer llorar a la gente que más quiere”.
Su  amante argentino Luis Corbacho, generalmente Martín en los escritos, ha sido el recurrente protagonista de columnas – e incluso una novela- donde se detallan sus escaramuzas. “Sentí que Luis era demasiado frívolo, inestable y caprichoso y que no le interesaba tanto estar conmigo sino viajar por el mundo. Lo dejé ir.  Me quedé triste pero también aliviado. Me sentí libre. Entonces le escribí diciéndole que quería vivir solo. El se puso furioso porque yo no quería ser su novio sino verlo de vez en cuando”. Con él como con sus demás parejas Jaime parece tener la sospecha constante, la duda razonable acerca de cuánto pesa en la balanza del amor que el periodista se haga cargo de las cuentas y caprichos de sus compañeros amorosos. Por eso los complace pero también les hace desplantes: dispara y luego los auxilia. Hiere y se arrepiente.
Como con Sandra Masías, su ex esposa, a la que echó del departamento que le compró en San Isidro por  “conspirar” junto  a su madre en contra de él y su novia. “Le dije que me parecía desleal que concertase un encuentro con mi madre  en mi propia casa, omitiendo informarme. Esa era una conducta innoble, pérfida. Invite a Sandra a que hiciera sus maletas y se retirase de mi casa tan pronto como le fuese posible”. Luego reculó en sus intenciones pero ya había disparado desde la oscuridad: “No pude dejar de pensar que el afecto de Sandra por mi madre ha crecido como un río caudaloso desde que ella heredó parte de la gigantesca fortuna de su hermano”, deslizó malicioso. Una ambición por el dinero que también ha querido dejar en evidencia en la última entrega semanal escrita sobre sus intrincados líos de faldas: su ex mujer quiere que los departamentos de los que Bayly es propietario pasen a su nombre y a nombre de sus hijas.
La causa de este último fuego cruzado tiene nombre y apellido: Silvia Núñez del Arco, la nueva novia del francotirador. La ex esposa la ha llamado “perra chusca” y le ha dicho a  Bayly que él no es el padre del hijo que espera la joven de 20 años. El no tuvo mejor idea que contar los detalles del rapto histérico en su columna. Es que en el camino sentimental del escritor poco se ha dejado a la imaginación y su reciente relación no es la excepción. Todos los detalles y las aclaraciones han sido expuestos públicamente.
 “La chica y yo nos hemos visto varias veces en el mismo hotel de Lima (…), ella ha cumplido con perfecta sumisión las bajezas que le he ordenado, pero no se podría decir que hemos hecho el amor, han sido solo unos breves encuentros en los que la amistad, sus cuentos tristes y el deseo se han entremezclado y han terminado siempre conmigo metiendo dólares en su cartera para que pueda pagar su taller literario (…)”, escribió hace unos meses. Ahora la chica, Silvia, espera un hijo que nacerá en abril.  Para entonces Jaime tal vez ya tenga un nuevo contrato en la televisión y haya dominado un poco ese instinto de asesinar públicamente a sus afectos.
Los amigos que perdí
Su último espacio como francotirador lo perdió hace unas semanas por dirigir sus balas de grueso calibre a un blanco demasiado grande  y, algún tiempo antes, al propio dueño del canal en el que trabajaba: Baruch Ivcher. “El señor Ivcher es un poco paranoico, tiene modales ásperos y prepotentes, toma bastante vodka, no nació en el Perú y es metafóricamente el dueño del circo que es canal 2. Solo que cuando le dicen esas verdades en su propio canal suena insolente y retador”, lanzó el periodista sin reparos ni temores.
Como tampoco ha tenido reparos en disparar en contra de algunos de los que fueran en algún tiempo sus amigos.
Para Mario Vargas Llosa, que lo ayudó a publicar su primera novela, reservó una bala cargada de resentimiento. “Es un cabrón de mala entraña (o lo ha sido conmigo hasta el punto en que colmó mi paciencia), pero se le disculpa porque tuvo un padre que fue un maldito resentido perdedor abusador y porque ha hecho una carrera amorosa en el incesto, primero con la tía después con la prima hermana, lo que me parece que humaniza sus rasgos de cabrón de mala entraña y demuestra que al menos ama a su familia o a la parte de su familia que se puede montar”.  Un disparo letal  que seguramente le garantizará más olvido e indiferencia de su víctima. 
A Álvaro Vargas Llosa le ha lanzado no una bala sino una ráfaga entera con ánimo de exterminarlo definitivamente. “Mal bicho, culebra escamosa, desleal, traidor, rencoroso, fariseo, vengativo, creo que no le cae bien a ninguno de los amigos que fuimos sus amigos y ahora lo recordamos como si fuera la viruela, la sífilis o la gonorrea. Es la confirmación de que dos primos hermanos tal vez no deberían tener hijos: al final te sale una criatura no del todo humana, un fanático enjuto y avinagrado que quiere gobernar el mundo (...)”.
Sin medir consecuencias o daños colaterales, el que fuera un niño terrible es cada vez más el canalla sentimental salido de su novela, mata sin compasión con un puñado de palabras y luego aparece, como si nada, con la sonrisa inconsciente.
 “El paso del tiempo ha minado todo lo bueno que había en mí, ha erosionado mis afectos de toda índole, ha socavado mi fe en la especie humana y en mí mismo (…).  A medida que pasan los años todo se va destruyendo, tus ideales, tu fe y tu nobleza se van corrompiendo, tu espíritu se reseca, se envilece, se acanalla, te vuelves un tipo cínico, y no porque seas una mala persona, sino porque descubres derrotado, emponzoñado, que el cinismo es la única manera de resistir, de insistir en la fatigada rutina de seguir respirando, batallando, dando pelea.” Triste final para una mente brillante y aguda, terminar devorado por un personaje, chupado por el agujero negro de un malestar que no parece tener causa ni nombre, convertido en el asesino final de su familia y de sí mismo.