viernes, 10 de febrero de 2012

Vivir a medias...la tragedia de Joseph Dioses

Cuando una negligencia médica convierte la vida de una familia en un sinfín de sobresaltos, a una madre en una batalladora sin descanso y a un niño en el protagonista de una historia con anunciado desenlace sombrío.


Rosa ya no llora por Joseph. Necesita acumular todas sus energías para atenderlo las 24 horas del día. Lo carga cuando debería verlo correr, lo alimenta sin verlo sonreír, y nunca ha escuchado la palabra mamá. Es así desde hace tres años en que convirtieron su maternidad en pesadilla y a su  único hijo en un frágil ser que se aferra a la vida en cada resuello. Joseph Dioses Rosales sufrió hipoxia severa al nacer y su cerebro ha quedado irremediablemente dañado. Los médicos dicen que fue una fatalidad. Rosa asegura que la desgracia es culpa de una mala praxis.
Mientras cuenta su aterradora historia sostiene en sus brazos al niño y espanta las moscas que revolotean en ese cuarto que, en vez de juguetes, acumula historias clínicas. “Me tuve que mudar a Lurín, a un terreno que tenía hace tiempo  porque ya no podía pagar alquiler en Lima. Las medicinas de Joseph son caras”, dice Rosa que también tiene que medicarse para soportar la pena. “Me ves tranquila porque tomo ansiolíticos. Me han recetado también antidepresivos. Me desespera ve a mi hijo así. A veces, en la madrugada, en las pocas horas que puedo dormir, me despierto con ataques de pánico”, dice.  Rosa hace el recuento de su calvario cotidiano: “Ahora le vienen las convulsiones con más frecuencia, a veces de madrugada,  y tengo que llevarlo a la posta. Tienen que ponerle Diazepam para que esté tranquilo y no se agite. Apenas se alimenta con unas cucharadas de leche y varias veces ha hecho neumonías por aspiración”. La verdad es que Joseph va perdiendo el poco de vida que le dejaron.
 Todo empezó  cuando Rosa ingresó  a la clínica hospital  Hogar de la Madre “Rosalía de Lavalle de Morales Macedo”, a la medianoche del 6 de febrero de 2009, confiada y sin preocupaciones. “Como ya tenía 35 años, elegí ese lugar justamente porque quería un parto seguro. ¡Imagínate!”, dice y esboza una sonrisa cargada de ironía.”Me recibió el doctor  Elder Benítez, mi ginecólogo, y dijo que, como era primeriza, el parto iba a demorar bastante. Nunca más lo vi. Simplemente, me abandonó”, dice Rosa. Fue cuando todo empezó  a torcerse. Fue cuando el nacimiento de su hijo se convirtió para ella en una película de terror.  “Recuerdo que la obstetra Luz Vallejos llamaba al médico insistentemente, porque mi hijo ya iba a nacer y no venía nadie. Al final, ella y una enfermera  se hicieron cargo,  me llevaron a la sala de partos y todo salió mal. Joseph tenía enredado el cordón en el cuello y cuando lo sacaron se asfixió. Además, por hacer una mala maniobra, el cordón umbilical se rompió desde la base. Yo escuché cuando la enfermera le dijo a la obstetriz “carajo, rompiste el cordón””, dice la madre con angustia.
Una pesadilla ensangrentada  y ningún  médico para enfrentarla. Una suma de negligencias e impericias que terminaron con el recién nacido asfixiado por varios minutos. El ginecólogo Benítez se defendió en una manifestación ante la fiscalía argumentando que nadie le avisó de las complicaciones y por eso no apareció. Ahora niega que siga trabajando en el hospital y  se escuda en su abogado para no hablar más. En el Hogar de la Madre la actitud linda con el desparpajo. “Las obstetrices están preparadas para esos casos y es política de la institución, y parte de los protocolos aceptados por el ministerio de salud, que  los partos normales pueden ser atendidos sin un médico.  Y lo del cordón pues se resolvió rápido, se le puso una pinza y ya, si igual se tenía que cortar”, dice impúdicamente el doctor Marcos Mera,  director médico del Hogar de la Madre. Claro que esa indiferencia, esas ausencias asesinas, esa distancia casi despectiva respecto del paciente sólo se da en el área de Hospital. En la de la Clínica, que tiene 30 camas y donde los honorarios son altos, los médicos no suelen dejar a sus pacientes el día del parto.
Tras el trágico nacimiento las primeras evidencias de que algo no andaba bien con el bebé aparecieron pronto. Después de lidiar con evasivas y exigir respuestas, Jorge Dioses, pareja de Rosa y  padre de Joseph, pudo finalmente ver al niño. “Estaba en la incubadora, tenía un chichón grande en la cabeza y le habían puesto unas bolsas de hielo. Además temblaba mucho. Me dijeron que era normal por lo que había pasado en el parto. Me mandaron a comprar el fenobarbital, que -después supe- era para controlar las convulsiones”, dice Jorge, que llegó al hospital pasada la tarde porque el ginecólogo le había dicho la noche anterior “que faltaban varias horas para que el niño naciera” y no lo dejó quedarse acompañando a su esposa. “Por eso me fui a trabajar, hasta que la mamá de Rosa me avisó que el bebe había nacido pero no estaba  bien“, cuenta. Joseph nació a las 4 de la mañana. Rosa estaba a esa hora sola: sin familia y sin médico de cabecera: “Después del parto me dijeron que todo estaba bien, que no me preocupara. Me dejaron varias horas sola, sin informarme nada, sin poder ver a mi hijo”.
Los médicos nunca les dijeron que la prolongada  hipoxia había causado daños tan severos en el niño. Daños  por los que El Hogar de la Madre no se ha hecho responsable ni moral ni económicamente, aunque reconoce con asombrosa tranquilidad, que lo que ocurrió fue un hecho imprevisible e inmanejable, casi una fatalidad que hay que aceptar con resignación. “Todo iba bien, no había señales de complicación hasta que en el momento del parto apareció lo del cordón. El niño nació con depresión respiratoria y estuvo intubado unos minutos, pero se le recuperó rápidamente y sí,  las convulsiones que presentó fueron resultado de eso. Por eso lo mantuvimos internado por 17 días”, dice el pediatra Víctor Torres. Efectivamente, el informe  médico firmado por Torres, jefe del departamento de pediatría, concluía que existió “depresión respiratoria severa al nacer y encefalopatía neonatal”. “Mi hijo sufrió hipoxia prolongada y eso no lo quieren reconocer. Hay varias cosas raras en los documentos. Datos que no aparecen o son falsos. Como cuando  dicen que cuando mi hijo nació estuvo presente una pediatra que yo jamás vi. Además, antes de darle de alta le sacaron varias muestras de sangre para descartar enfermedades genéticas pero salieron negativas. Parece que querían demostrar que los problemas de mi hijo podían haber sido hereditarios. Después dijeron que fui yo que había tenido una infección no tratada y que por eso había pasado todo. No es cierto. Que mi hijo esté así no es producto de una malformación.  Todo esto es culpa de ese médico, de ese hospital. Han destrozado la vida de mi hijo y la mía”, reclama Rosa.
Y entre deslindes y lavamanos, en lo que sí se apresuró la clínica fue en el cobro de sus deficientes servicios. “Tuvimos que pagar hasta el último centavo porque me dijeron que si no lo hacía no podía sacar a mi hijo. A mí me dio miedo que terminaran de matarlo. El doctor David Huanca, neuropediatra de Essalud, vino a verlo  y me recomendó que lo sacara del  Hogar de la Madre porque le estaban poniendo mucho fenobarbital. Por eso pagué y me lo llevé”, dice Rosa. Para Jorge Dioses, que trabaja como matricero en una fábrica, el asunto de conseguir el dinero no fue tarea sencilla. “Tuve que pedir préstamos al banco, a mis amigos, en mi trabajo. Al final nos cobraron todo, los exámenes, la incubadora que cuesta 200 soles por día. Y eso, a pesar de todo el daño que nos habían  causado”, dice el hombre sin poder contener la rabia. Y a tanto llegaron que hasta le iniciaron una demanda judicial por incumplimiento de obligación de dar suma de dinero. “Me llegó una notificación, por un saldo que decían que debía. Tuve que ir a reclamar”, dice indignado.
 Su preocupación mayor era  Joseph, que cada vez presentaba más síntomas desalentadores: convulsiones, retardo en su desarrollo, y nula movilidad de extremidades. Por eso evitaron reclamos y retrasaron denuncias. Pero finalmente, un año después de que todo ocurriera, presentaron la demanda contra los médicos y la obstetriz responsables. La denuncia penal solo procedió contra la obstetriz y por el delito de lesiones culposas graves. La suerte de Rosa con los abogados tampoco fue muy buena. “El primer abogado que tuve fue de oficio y al comienzo estaba haciendo las cosas bien, pero un día se reunió con los abogados de la clínica y luego de eso no supe más. Con el segundo, pasó lo mismo. Me pedía dinero y nada avanzaba. Luego abandonó el caso “, recuerda Rosales. Ahora tiene un nuevo patrocinador. “El caso estaba a punto de prescribir, se cometieron muchos errores y se dejó pasar mucho tiempo. Es evidente que hay fundamentos sólidos para el reclamo de la señora Rosales. Aunque el fiscal César Chávez estuvo a punto de archivar el caso porque consideró que “no había mérito para formular acusación”, la jueza del 36º Juzgado penal, más consciente del daño irreparable que se ha causado, ha elevado el caso en consulta a la fiscalía superior”, dice el abogado William Llatance.

Rosa no ha dejado de visitar médicos y hospitales desde que Joseph nació. Ha buscado, sin éxito, una esperanza. Pero un neuropediatra tras otro ha confirmado sus peores presagios. “Primero me dijeron que no veía y fue duro, pero cuando me dijeron que no se podía hacer nada, que ningún tratamiento serviría  y que prácticamente mi niño estaba condenado a morir, que lo llevara mejor a mi casa,  me puse mal”, recuerda. “Traté al niño en varias oportunidades y ciertamente su caso es catastrófico y triste. Tiene una epilepsia intratable y un cuadro de atrofia cerebral. Sin embargo, para la magnitud del daño, debería verse más en la resonancia y en la tomografía, pero no se ve. Eso juega a favor de la clínica pero así como no puedo afirmar que Joseph está así a causa de la asfixia tampoco puedo descartarlo. Habría que revisar más bibliografía a ver si hay antecedentes de casos de asfixia severa que no presentan manifestaciones en estos exámenes. Sería muy importante aclarar esto sobre todo para disipar la duda de la madre”, dice el doctor Daniel Koc, neuropediatra del Instituto Nacional del Niño.
 Desde entonces lo de Rosa es seguir el peregrinaje por el infortunio. “He ido a todos los lugares posibles, he llamado a fundaciones en el extranjero, he probado con la dieta cetogénica (dieta especial alta en grasas que se utiliza con los niños cuyas convulsiones resultan difíciles de controlar), pero Joseph está cada vez peor”, dice. Luego le habla a Joseph, lo acaricia y confiesa que, cada vez con más frecuencia, luchan dentro de ella el deseo de no perder a su hijo y la conciencia de que de alguna forma ya lo perdió desde hace mucho. “A veces sueño con él. Mi madre sueña que lo ve corriendo. Yo, en cambio, sueño que me habla y me dice que ya se quiere ir”, dice.