viernes, 11 de marzo de 2011

Rápido y furioso

Su trabajo es ser comentarista y su afición es la bravuconería.  Excesivo, vanidoso y varias veces machista, Phillip Butters sembró la polémica con sus declaraciones homofóbicas. Oportunidad perfecta para escarbar en las profundidades de su "filosofía".                                                                                    

En Phillip Butters se combinan peligrosamente un ego elefantiásico y una lengua afilada. Más que un estilo directo lo suyo es una vocación por la honestidad brutal. “Yo no soy homofóbico. A esos pezuñentos que fueron a gritar en la puerta de la radio yo los he atendido de las mil maravillas y con el mayor cariño en mi programa. Pero el que se mete conmigo y con mi familia, se caga”, dice el hombre de apellido inglés y gatillo fácil. Es anti chileno, defiende a Fujimori y le gustan las corridas de toros. Implacable con sus enemigos, la traición lo exaspera tanto como la mariconada.
Tiene el ceño fruncido y parece estar siempre en guardia, preparado para responder a un ataque. Habla sin parar. Dice que no le gusta que lo ataranten y exige respeto para él, pero le cuesta dar eso mismo a los otros: “Por qué el imbécil de Carlín no va a burlarse del rabino Abraham Benhamú. ¡Ah! ¡!Porque el que le paga el mejor sueldo de su vida es un judío! La cantidad de periodistas que son homosexuales y me pegan a mí por lo que dije son una manga de cobardes. Si tanto aplauden que vayan a chapar otros, que vayan a chapar ellos”, dispara como queriendo retarlos.
Dice que todos lo apoyan en la calle y no le importa el rechazo que genera en lo que él llama la minoría de la minoría. “El 99.9% de los homosexuales del Perú están de acuerdo conmigo y esa no es una opinión sino un hecho. De todos modos yo siempre he sido así, una ladilla. No me interesa ser políticamente correcto. Y la gente me apoya porque tiene sentido común”, asegura.
Sólo cuando habla de su familia aplaca sus iras,  suaviza su tono y dibuja algo parecido a una expresión serena.   Pero cambia de inmediato al hablar de sus enemigos que ahora, más que nunca, él cree que lo acechan. “Nunca le des a tu enemigo la propia bala con la que te va a matar”, me dice para esquivar preguntas y evitar fotos con su familia. Luego niega que lo suyo tenga que ver con el temor. “Yo no sé cómo se escribe esa palabra”, aclara.
Algo que tampoco conoce es la sutileza o el fino sentido del humor. En la cabina de radio y dirigiéndose a una de sus invitadas del día, la congresista Cenaida Uribe, dice que “es casado pero no fanático” y que si cambia a su esposa rubia por una morena como ella hasta el movimiento Lundú lo aplaudiría. Sus declaraciones destempladas sobre las manifestaciones homosexuales, le están pasando factura. “Lo que pasa es que en este país está prohibido tener personalidad y decir lo que uno piensa. Acá  hay que ser suavecito, blandengue, hablar en diminutivo.  Eso me jode.”, se queja.  Entonces él, que no “edulcora” sus comentarios, navajea: “Me dicen bravucón. ¿A quién le he pegado yo? A nadie. No he lanzado el segundo golpe, todavía. Más bien el amenazado soy yo. Al que le han faltado el respeto es a mí.”
Butters, que proclama que “hay que tener respeto en todo orden de cosas”, niega ser homofóbico  pero  cuando habla de los homosexuales no puede evitar el  tono burlón. “Yo respeto incluso a un maricón, ese que es ya una castañuela. Y si es una loca desatada está bien, pero que no lo sean en el té de tías de mi mamá, pues. ¿Qué tiene que ver acá esto de los derechos humanos?,  Acá lo que tiene que ver es el Manual de Carreño”, lanza. Luego matiza con lo que él cree es un ejercicio de tolerancia. “Yo tengo amigos gays pero definitivamente los heterosexuales no son iguales a los homosexuales.  Si lo que quieren es igualarse a la mayoría, eso no va a pasar nunca”, dice.
¿Y qué pasaría si, en el futuro, una de tus hijas te dice que es lesbiana?- le digo.
 “Si mi hija el día de mañana me dice que es lesbiana vendrá a pasar la Navidad  conmigo y con su pareja sin problema pero lo que yo no voy a permitir es que se ponga a chapar en frente de la mamá ni de la abuela. Yo exijo respeto, nada más”, argumenta pero no convence demasiado. Ha  empezado su respuesta diciendo que sus hijas son sanas y felices porque “son fruto del amor y de un hogar bien constituido”. Como si la homosexualidad algo tuviera que ver con la suma o resta de estos factores.
Le tiene miedo al ridículo pero su constante autobombo como que lo deja en un terreno cercano al purgatorio. Se considera un ser humano medianamente cultivado pero el machismo le brota por los poros. Algo de lo  que, se diría, se siente orgulloso. “Yo soy machista ilustrado, con argumentos. Las mujeres tienen que ser bonitas y usar minifalda. Mi esposa es administradora de empresas pero ahora, como es lógico, se dedica criar a mis hijas. Porque uno pone sus reglas. Yo le dije: nos casamos y te olvidas del trabajo”, dice. Luego, agrega una frase delirante. “Soy un machista que las feministas deben adorar porque mi esposa vive como una reina: le doy todo lo que necesita: cariño, amor, protección, cobijo, joyas, la caliento, la enfrío”. La destinataria de tan dudosos privilegios es una arequipeña a la que Butters confiesa haber elegido porque “es dulce y suave, orgullosa, tiene estirpe y no es una hija de vecino”.
 Se jacta de esa elección tanto como de tener esquina y de su arrastre popular. “Siempre he sido el mejor pagado porque soy el que más produce. ¿Tú crees que a Rodrich los taxistas lo quieren como me quieren a mí? ¿O que a Rosa María llega a los cerros como yo llego? Yo paro el tráfico en San Isidro y en Parinacochas. Eso se llama ser multitarget. Yo soy un tipo publicitariamente bendecido”, dice desbocando otra vez su vanidad.
Pituco de barrio
Maneja un BMW, no usa medias y lleva en el dedo meñique un anillo con el escudo de  la familia Butters. De su apellido se siente tan orgulloso como de nunca haber probado drogas “porque no es cojudo”. Confiesa que  “como todos los hombres, he ido de putas. De joven y de viejo también”. Le gusta llamar la atención y siente que es un líder de opinión. Si no fuera por su exceso de peso se parecería, tal vez más de lo que quisiera, a los futbolistas nuevos ricos que crítica sin piedad.
El dinero es un tema recurrente en su conversación: lo que gana, lo que gasta, lo que quiere tener. “El dinero te da independencia, libertad. Yo no vivo para tener dinero como loco pero  no soy idiota para decir que no importa. El que piensa que no es importante será un asceta o un millonario”. Y esto último es lo que a Phillip le gustaría ser. Para lograrlo  tiene cuatro trabajos “porque la plata no llega sola” y a él le gusta la buena vida. “A mí no me ataranta la plata y el poder. Yo a todos los dueños de canal los he tratado de tú a tú. La única diferencia entre Baruch Ivcher y yo son unos cuantos millones de dólares”, dice.
Hincha declarado de Universitario, dice que en las peleas puede empatar, nunca perder.  No tiene talento musical y su sensibilidad es discutible.  “Me emociona un gol, un toro, un torero. Si yo fuera un animal quisiera  ser un toro y morir en una plaza, no en un camal. Quiero morir peleando, tratando de matar a quien me quiere matar. No hay mejor muerte que la de un toro”, asegura. Sin embargo,  no se atrevería a pararse frente a uno.
La idea de la muerte es algo que lo persigue. Su padre murió a los 42 años por un problema coronario. Phillip tiene ahora 43.  “Me da miedo no por mí sino por mis hijas. Yo sé lo que es crecer sin padre. Éramos muy unidos. El era un hombre bueno, muy compasivo, paciente, tranquilo, super educado, nunca dijo una lisura. Sus modales eran la antítesis de los míos. Era un verdadero caballero inglés. Hasta el día de hoy no ha pasado un solo día de mi vida que no me acuerde  de él. Sólo quien lo ha vivido me entiende. Mi hija hace un gesto como el que hacía mi papá y yo nunca se lo he enseñado, imagínate lo que puedo sentir”, me dice en un rapto de auténtico sentimentalismo.
Es un anti chileno convencido. “¿Tu quieres a tus enemigos, al que te roba el mar, al que te minimiza, al que te quiere invadir con sus capitales y comprar tu conciencia por plata? Yo no puedo ser pro chileno. Quieren comprar todo, pero a mí no me compran. Yo no negocio mi libertad”, dice seguramente recordando que un gerente chileno lo echó de Frecuencia Latina por sus opiniones. “Ellos quieren hacernos daño, sus cañones apuntan al cuello de mi hija, ¿y quieren que yo los aplauda?, ¿porque eso es lo políticamente correcto, porque las inversiones fluyen y el capital no tiene nacionalidad?. Eso lo dicen los imbéciles y los liberales” agrega.
Pero sus criterios sobre lo injusto cambian al hablar sobre Alberto Fujimori. “Fujimori tiene sus luces y sus sombras. Fue dictador porque el pueblo lo quiso y estuvo bien. Hizo lo que tenía que hacer. Su mayor error fue renunciar. Ahora está condenado por un supuesto. Lo que han hecho sus adversarios es victimizarlo y ahora lo más probable es que Keiko sea presidente y que la historia lo reivindique.”, pronostica. Una defensa extraña para alguien que considera que “en la traición se conglomeran los defectos más viles del ser humano: la cobardía, la deslealtad, la envidia”.
“Yo no estoy en la televisión por las mismas razones que Hildebrandt no está. La diferencia es que yo he tenido bastantes más ofertas que él. Y no sólo me han ofrecido deportes”, fanfarronea.  Muchos lo quieren, muchos lo odian. Butters hace todo lo posible  para que la polémica en torno suyo se mantenga viva. Es hijo de un caballero inglés a quien quiso mucho. Quizá no ha pensado que el mejor homenaje que podría rendirle a su padre sería imitarlo.