Ávidas de placer, siempre dispuestas a darle una alegría al cuerpo propio y ajeno, insaciables. Así diseña la historia a las ninfómanas y esa es la imagen que calienta algunas fantasías masculinas. A las mujeres modernas que disfrutan de su sexualidad sin límites ni represiones, sin embargo, el estereotipo de la devoradora de hombres parece no calzarles. Simplemente quieren probar. No están satisfechas y piden más.
Inspiradas en las ninfas, bellas deidades de la mitología griega que gustaban de los placeres, aquellas mujeres de temple volátil y desenfrenado deseo sexual hacia el hombre son encasilladas dentro del renglón de las ninfómanas. Un término que desde su definición lleva al terreno de lo relativo: aquella que muestra un deseo sexual “anormalmente intenso e incontrolable”. Hoy en día hasta los especialistas reconocen que no hay reglas absolutas para determinar cuánto es demasiado.
Alfred Kinsey, precursor en el estudio del comportamiento sexual humano en los Estados Unidos, trató con ironía el asunto de la ninfomanía: afirmaba que una ninfómana es sólo “alguien que tiene más sexo que tú”, estableciendo la condición absolutamente relativa en cuanto a los límites de la normalidad en materia de apetencias y necesidades sexuales. Y es que en un mundo de libertad en el ejercicio de la sexualidad, es difícil definir en qué momento querer más se convierte en patológico. Hasta el infinito puede ser saludable.
El mito, sin embargo, se ha encargado de construir biografías imposibles y hazañas que todos los García Márquez de este mundo llamarían babilónicas.
Fue Valeria Mesalina tal vez más representativa entre las denominadas ninfómanas de la historia. La tercera mujer del emperador romano Claudio fue emperatriz y al parecer esclava del placer, como rezan algunas descripciones que sobre ella se han escrito. Protagonista de innumerables proezas sexuales esta mujer insaciable es aún recordada por los récords que se le atribuyen y por su legendaria lascivia. Irving Wallace, en su libro Las Ninfómanas y otras maniacas, hace el recuento de algunas de sus más célebres historias. Una de ellas describe sus paseos constantes por las tabernas y callejuelas en busca de hombres de toda índole. Una vez, dicen, retó a Escila, la puta más famosa de Roma, insistiendo en que le era posible satisfacer a más hombres en 24 horas que su rival. Plinio el viejo apunta que “superó” a su rival “porque en el transcurso de 24 horas cohabitó 25 veces”. Digamos que se puso la varilla muy alta.
También está Cleopatra a la que cierta historia describe como una mujer depravada y caprichosa, cruel y extravagante, una esclava de sus deseos que pervirtió a grandes hombres de Roma: primero Julio César y luego Marco Antonio. Subió al trono de Alejandría cuando tenía sólo 17 años y fue, sucesivamente, esposa de sus hermanos Ptolomeo XIII y Tolomeo XIV. De ella se dijo que, sin ser especialmente hermosa, se mostraba sí muy segura de sus atractivos. “Poseía encanto, buenos modales, educación, inteligencia, individualismo. Poseía un aire eróticamente excitante. Poseía la habilidad instintiva de halagar y satisfacer a un hombre o la habilidad camaleónica de mostrarse esquiva o agresivamente apasionada según las circunstancias lo exigieran”, describe Wallace. Tenía una especie de templo donde coleccionaba jóvenes robustos para los fines consiguientes. Sus incontinencias y su carácter dominante la convirtieron en leyenda.
Otra a la que se le atribuyó el tristemente célebre llamado “furor uterino” fue Paulina Bonaparte, la hermana del emperador francés. Paulina nació en Ajaccio, Córcega, el 20 de octubre de 1780, y años más tarde se trasladó con su familia al continente francés y comenzó a hacerse notar entre los allegados al ya reputado Napoleón. Quienes la conocieron afirmaron que era de gran belleza y que todos sus defectos se concentraban en su carácter. Tal era su desenfreno que el emperador la instó a casarse para alejarla de esa vida. Según el poeta Arnauld: “Era una combinación extraña de belleza física y la más extraña relajación moral. Si era la criatura más encantadora que jamás hubiera visto, también era la más frívola”. Sus matrimonios, primero con Charles Victor Emmanuel Leclerc, uno de los mejores generales de la República, y luego con Camillo Borghese, un príncipe italiano, no la calmaron. La mujer tenía tantas joyas como amantes y nada la detenía. “Saltaba de cama en cama. Los observadores comparaban su nombre con el de Mesalina. Era sexualmente insaciable. Necesitaba de muchos hombres y necesitaba que le confirmaran constantemente que todos la consideraban arrebatadora”, dice Wallace en el libro que recopila las historias de estas legendarias maniacas del sexo. Según David Stacton, biógrafo de los Bonaparte, la ninfomanía de Paulina “era periódica pero muy intensa.
Es o no es
Según documenta la investigadora estadounidense Carol Groneman en su libro Una historia de la Ninfomanía, la figura de la ninfómana es un mito cuya presencia ha sido constante en la sociedad occidental desde el siglo XIX, en el que, más que las evidencias científicas, ha pesado el rol social asignado a las mujeres en cuanto a su posición frente al deseo sexual. En este sentido la psicoanalista Cristina Portocarrero afirma que esa imagen de una mujer hambrienta de placer y siempre dispuesta para el sexo es un mito machista u obedece a algún desequilibrio psicológico. “En las conductas sexuales se expresa toda la estructura de personalidad y los problemas que puede haber detrás. No es simplemente que una mujer busque un macho cada media hora para que le dé placer, porque además eso ni siquiera es real. No necesariamente hay una sucesión de relaciones placenteras, sino más bien insatisfacción”, acota. Una opinión que comparte con la psicoanalista Matilde Caplansky. “Esta conducta descontrolada es el reflejo de una personalidad inadecuada, que usa su sexualidad para agredirse y esconder una patología grave que generalmente tiene que ver con episodios de la infancia, traumas no resueltos, necesidad de afecto”, comenta.
Entonces, ¿se trata simplemente de un placer más perseguido que obtenido? Según Portocarrero, eso es parte del mito. “La verdad es que para mujeres con esta compulsión sexual, el orgasmo es un bien esquivo y es precisamente por eso que se busca con insistencia”, dice.
Para Marco Aurelio Denegri, la ninfomanía es una clasificación que no se ajusta a la realidad. “No se puede comparar la potencia sexual y la capacidad de disfrute en términos absolutos. La capacidad de respuesta orgásmica en la mujer es superior: puede tener hasta 100 orgasmos en una hora y sin necesidad de varón, sino con un vibrador. Además una persona con más experiencia suele buscar más, pero eso no es psicopatológico. Pero eso de las mujeres devoradoras de hombres es más un espejismo que una realidad, porque para lograr esas hazañas se debe tener una potencia extraordinaria inherente. Eso no es lo común y está determinado además por otros factores”.
El aumento del deseo erótico también puede tener causas orgánicas: lesiones o tumores en la zona límbica del cerebro pueden alterar la conducta sexual. “Hay un caso documentado por la sexología española, en el que una mujer pensaba y buscaba sexo todo el tiempo, donde sea y con quien sea. Se descubrió que tenía una tumoración en el cerebro y luego de extirparse ese deseo incontrolable desapareció”, comenta Denegri.
También algunos cambios hormonales pueden desatar una compulsión sexual aunque ese estado resulta pasajero. Lo mismo sucede algunas enfermedades psiquiátricas. “En los trastornos maniaco depresivos, suele darse que en la fase de manía la libido se eleva y la persona presenta un deseo sexual exacerbado”, dice el doctor Mariano Querol, que afirma que en sus más de 60 años de práctica profesional nunca ha visto un caso clínico de ninfomanía.
Las ninfómanas modernas
Ajenas a prejuicios o culpa, las “ninfómanas” modernas son simplemente las mujeres que viven su sexualidad a plenitud. Algunas usan el término con ironía y conociendo la carga de prejuicio que aún se cierne sobre ellas por su conducta diferente. Es el caso de Valerie Tasso, autora del libro Diario de una Ninfómana, en el que la palabra “ninfómana” que viene en el título, no es otra cosa que un guiño que emplea la autora para burlarse de cómo se suele calificar despectivamente a las mujeres que tienen una fuerte pulsión sexual o carga erótica, y a las que, simplemente, les gusta practicar el sexo a menudo donde y con quien les apetece.
Pero quizás quien mejor represente esa corriente de mujeres dispuestas al disfrute pero reacias a las etiquetas, sea la francesa Catherine Millet, que a través de la literatura hace el recuento pormenorizado de sus encuentros amorosos con hombres cercanos e incluso desconocidos. En su libro titulado La vida sexual de Catherine Millet, la mujer afirma que en las relaciones sexuales ha encontrado una forma de comunicación con los hombres que no se le da fácilmente en otros órdenes de la vida. Según cuenta, hizo el amor en clubes privados, a orillas de las carreteras, zaguanes de edificios, bancas públicas, además de casas particulares, y, alguna vez, en la parte trasera de una camioneta. Fue una carrera que empezó a los 18 años. “Hoy soy capaz de contabilizar 49 hombres a los que puedo atribuir un nombre, o por lo menos, en algunos casos una identidad…Pero no puedo computar a los que se confunden en el anonimato (…)”
“La mayoría de compañeros de sexo de Catherine Millet aparecen como siluetas de paso, tomadas y abandonadas al desaire, casi sin que mediara un diálogo entre ellos. Individuos sin nombre, sin cara, sin historia, los hombres que desfilan por este libro son, como aquellas vulvas furtivas de los libros libertinos, nada más que unas vergas transeúntes”, escribió Mario Vargas Llosa en una columna dedicada a este libro que Millet publicó en 2001.
Esta mujer quizá pionera ha demostrado que no sólo los varones son capaces de relacionarse de una manera ajena al apego y la emoción. Como menciona Vargas Llosa en el mismo artículo “se equivocaban quienes creían que el sexo en cadena, mudado en estricta gimnasia carnal, disociado por completo del sentimiento y la emoción, era privativo de los pantalones”. Quizá la verdadera igualdad de los sexos tenga aquí una bizarra expresión.