viernes, 6 de mayo de 2011

Especialista en traiciones

                                                                                             

A punto de cumplir setenta años, Hernando de Soto, el economista con apellido de conquistador, acumula, junto a elogios y algunas distinciones internacionales, actuaciones cuestionables y críticas nada halagüeñas. Aunque es un experto en marketing personal no ha podido borrar de su biografía las acusaciones de plagio en su contra y el pasivo de haber sido varias veces aliado del fujimorismo.


La historia de este abanderado del neoliberalismo- es miembro de la Sociedad Internacional Liberal de Mont Pellerin- empieza en Arequipa. Allí nació, en junio de 1941, Hernando Soto Polar. Su padre, Alberto Soto de la Jara, era un abogado y diplomático de carrera  que sirvió como secretario durante el gobierno de José Luis Bustamante y Rivero pero que, con la llegada de Manuel Odría al poder, abandonó el país junto a su familia en 1948.  El joven De Soto se educó desde entonces entre Estados Unidos y Suiza y, gracias a eso, es francófono y un diestro angloparlante.

Su vínculo con el Perú se limitó, en ese tiempo, a sus visitas vacacionales varias veces al año. Hasta que regresó al país en 1959. Aunque hizo parte de sus estudios universitarios entre Lima y Arequipa, se marchó a Suiza y allí se graduó en Economía y derecho internacional. En ese lado del continente se quedaría por casi 10 años trabajando. Una etapa que marcaría su pensamiento y las ideas que desde entonces intenta exponer como verdades universales: el liberalismo como religión y el capitalismo como el único camino al desarrollo. Pero su filosofía de que los problemas del capitalismo se resuelven con más capitalismo parecen defender más al statuo quo que el interés de los pobres.

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Regresó al Perú fines de los años setenta con varios proyectos. Dicen quienes han trabajado con él que es perfeccionista y obsesivo; avasallante cuando se trata de imponer sus ideas, un buen conversador sólo cuando él es el centro de atención y un experto en rodearse de gente inteligente e influyente. Su mayor capital, más que el intelectual, son sus conexiones.

El economista regresó de Europa, además, con un llamativo agregado a su apellido original: el casi nobiliario e inventadísimo “de”. Un detalle que Vargas Llosa calificaría en su obra El pez en el Agua de “coqueto”, y que complementaría con una descripción cruda del personaje. “Era vanidoso y susceptible como una prima donna (...) un tanto pomposo y ridículo, con su español trufado de anglicismos y galicismos y sus cursilerías aristocráticas”. Además lo acusaba de tener “una imagen de intelectual que, como dicen mis paisanos, lloraba al ser superpuesta sobre el original”.

Tal vez su matrimonio con una dama de la nobleza española, doña Gerarda de Orleáns, prima del Rey Juan Carlos I, lo empujó a adoptar aquel “de” que lo hermanaba imaginariamente con el conquistador.  “Obviamente no le bastó un apellido que es sonoro, de pueblo, fuerte y necesitó añadirle esta preposición postiza. Hizo exactamente lo opuesto a lo que hicieron muchas familias republicanas en los albores de la independencia americana y también en Francia: es decir, sentirse ciudadanos y prescindir por completo de cualquier asomo, aunque fuese lingüístico, de aristrocratismo”, dice Gustavo Gorriti, periodista que por estos días ha destapado otro de los secretos poco agradables del economista: el evidente plagio en el discurso  que le preparó a Fujimori para ser leído en las Bahamas en mayo de 1992. El texto era originalmente parte de una  disertación doctoral  sobre los partidos políticos en Venezuela. Fue escrito y publicado en 1988 por  Michael Coppedge, un autor norteamericano que colaboró con el Instituto Libertad y Democracia.

Mister Xerox
De Soto, experto en encontrar explicaciones y limpiar su imagen con un trapo mojado en su propia saliva, ha dicho que se trató de un “aporte”, debidamente remunerado, que, junto con otros, le permitió crear el discurso. No es una explicación convincente. “Coppedge estaba trabajando con el ILD y dentro de eso hizo muchas cosas y seguro debe haber firmado varios recibos. Pero en este caso se trataba de un texto que formaba  parte de su disertación doctoral y que determinaba su futuro académico. Además es un plagio de mala leche. Algo que se hizo para estudiar el funcionamiento de los partidos en Venezuela fue utilizado como un argumento para rescatar un golpe de estado.”, dice Gorriti.

Pero la violación de la propiedad intelectual no es algo que le sea ajeno a De Soto. Ya en 2008 el Indecopi lo había sancionado por vulnerar los derechos de autor de dos de sus antiguos colaboradores: Enrique Ghersi y Mario Ghibellini. Ambos participaron en la realización del famoso libro El otro Sendero y, sin embargo, sus nombres fueron omitidos en una de las ediciones locales que publicó en 2005 la editorial Orbis Ventures. Aparentemente, a medida que el libro y De Soto se hacían más famosos, aumentaba su ansiedad por aparecer como único autor, como único destinatario de los elogios. Ya en 1989, cuando Harper & Row preparaba la primera edición de la obra en inglés, De Soto les dijo a los coautores que los editores consideraban inapropiado para el marketing del libro que se incluyera  los tres nombres en la portada, de manera que sólo estaría el suyo, pero con el compromiso  de que los créditos de Ghersi y Ghibelini aparecerían en el prefacio. El trato fue aceptado de buena fe por los coautores pero cuando el libro salió no se les mencionó como lo que eran sino que se les sumergió en la sigla ILD, la entidad que era el seudónimo institucional del vanidoso  (y avaro) De Soto.

Foto: David Vexelman

Es que la lealtad no parece figurar entre los valores de De Soto. Ya había probado eso con Mario Vargas Llosa a quien le debe, sin duda, que El Otro Sendero haya sido tomado en cuenta internacionalmente. El Nobel no sólo le prologó el libro sino que lo promocionó en el extranjero y escribió artículos destacando la labor y las ideas del economista. De Soto respondió al gesto, primero, aliándose con Fujimori, y luego, eliminando el prólogo de Vargas Llosa en las nuevas ediciones de su libro. No contento con eso llamó al escritor “hijo de puta” en un programa de esa  televisión arrodillada ante la dictadura. Una traición y una ofensa que no quedará en el olvido aunque De Soto se empeñe en calificar el episodio como un asunto superado.


Amigo de las dictaduras
Para De Soto pocos parecen ser los límites. La democracia, que tampoco figura entre sus prioridades, ha sido la gran ausente como referente de sus elecciones. En su trayectoria como autoreputado exitoso asesor económico y supuesto gurú de las transformaciones, ha prestado sus servicios a todo tipo de regimenes, incluido algunos autoritarios encabezados por líderes sanguinarios. Una rápida mirada a sus asesorías, que exhibe orgullosamente en la página web de su instituto, muestra una galería de gobernantes impresentables. Junto con algunos democráticos, figuran la Libia de Gadafi, el Egipto que manejaba a su antojo hasta hace unos meses Mubarak, el Pakistán de Musharraf, o un Kazajstán gobernado por un presidente casi vitalicio, Nursultan Nazarbayeb, entre otros.

En el Perú, De Soto empezó con una participación técnica del ILD en los gobiernos de Belaúnde y García. Fue una discreta asesoría en temas de simplificación administrativa. Más tarde sí tuvo el apetecido protagonismo que buscaba cuando se arrimó a Fujimori y lo convenció de que debía traicionar sus promesas y aplicar la receta del “shock económico” en dosis de caballo.
Cuando ocurrió el golpe y Latinoamérica aisló al régimen fujimorista, De Soto se presentó como el relacionista público internacional que podía convencer al mundo de que el derribo de la democracia se había hecho en nombre de la democracia del futuro. Fue en esas circunstancias que, con el discurso plagiado en el sobaco, De Soto volvió a sentirse el hombre providencial. Y la mueca de la dictadura terminó en la sonrisita de Las Bahamas.
Luego de ese episodio lavandero se dedicó a pasear sus ideas por diversas partes del mundo. Su teoría sobre las claves del desarrollo ha sido varias veces cuestionada por otros economistas. Algunos como Richard Webb han criticado, además, la falta de rigor para calcular cifras y la utilización sesgada de  los resultados de algunas investigaciones del Banco Mundial y otros especialistas. 
Acostumbrado a esfumarse, reciclarse y volver a venderse como un producto insuperable, su prominente figura volvió a aparecer el 2001. Esta vez ya no le interesaba ser asesor, sino directamente candidato presidencial. Al final, ni siquiera pudieron recabar el número de firmas imprescindible para inscribir el movimiento, llamado “Capital Popular”. Digamos que al candidato le faltó titulación.
Su incorporación al equipo de Keiko Fujimori  ha desatado legítimas suspicacias.  
Hernando de Soto tiene un prodigioso talento para el mercadeo. Sus ideas y la época en que se presentaron lo ayudaron a encumbrarse como un intelectual creativo y necesario para un sistema que ya empezaba a demostrar su ineficiencia para enfrentar los problemas de pobreza. Probar la eficacia del capitalismo popular era la receta ideal.
De Soto, que es Soto en su partida de nacimiento, está nuevamente en escena. K. Fujimori lo necesita, por ahora, como parte del decorado electoral. Y él sueña con ser el poder detrás del trono. Las apuestas ya corren y la pregunta del concurso es esta: ¿Cuál de los dos traicionará primero al otro?