En Augusto Polo Campos conviven un macho primitivo y un compositor genial. Dos facetas que combinadas hacen de él un personaje insólito. Autor de algunos valses sensibleros y otros magistrales, responde con picardía y rapidez. Es un patriota exagerado, un histrión que se emociona con facilidad e intercala la conversación con sus canciones y sus versos improvisados.
Fotos: David Vexelman
De verborragia incontenible y ego desbocado mantiene a sus casi ocho décadas una sorprendente habilidad para crear versos en pocos minutos. Quienes lo conocen a fondo dicen que detrás del hombre ameno e ingenioso hay un ser terco con el que no es fácil llevarse bien. Esa personalidad belicosa y arrogante le ha valido no pocas antipatías, pero nadie puede negar su talento.
Vestido con un buzo de polar que podría ser también pijama, nos abre la puerta de su casa mientras habla por teléfono. Al otro lado de la línea, comenta poco después, está su amigo Luis Postigo desde España. Le está haciendo escuchar Contigo Perú interpretada por un grupo español. Polo luce henchido de orgullo y sus ojos se humedecen. “Qué lindo que los que nos conquistaron estén cantando “sobre mi pecho llevo tus colores”…¿Te imaginas?, ¡qué emoción!”, dice. Luego se disculpa un momento, va a cambiar sus pantuflas por unos zapatos.
Mientras no está, su casa resulta un interesante objeto de observación. Nadie imaginaría que el espacio más personal de Polo Campos no está plagado de instrumentos musicales- no sabe tocar ninguno y casi se ufana de ello- sino de muchas imágenes religiosas: el Señor de los Milagros, la Virgen de Guadalupe en cuadros de varios tamaños y, al lado de la puerta, una imagen protagónica del Señor de Muruhuay.
Mientras no está, su casa resulta un interesante objeto de observación. Nadie imaginaría que el espacio más personal de Polo Campos no está plagado de instrumentos musicales- no sabe tocar ninguno y casi se ufana de ello- sino de muchas imágenes religiosas: el Señor de los Milagros, la Virgen de Guadalupe en cuadros de varios tamaños y, al lado de la puerta, una imagen protagónica del Señor de Muruhuay.
Este hombre que dice haber creado más de 1,700 canciones, entre ellas algunos de los valses más recordados y cantados por los peruanos, tiene, además, su propio busto adornando la sala. Lo ha ubicado sobre una pequeña mesa esquinera. Y, claro, también tiene algunas placas y premios colgados en una de las paredes de su departamento. Es un santuario a su personalidad. Lo demás es el reino del desorden: comida, papeles, ropa, cajas y bolsas regadas por toda la casa.
Padre protector, con dones conocidos y vicios incurables, a Polo Campos le gusta cocinar para sus hijos los domingos, y dice que, si pelea por dinero, es por ellos y si le teme a la muerte es mientras no los deje encaminados con una empresa a la que llamará Contigo Perú. “Ya lo he pensado todo: haremos composiciones, polos con mi nombre”, dice. El negocio es él. “Y cuando me muera voy a cobrar la entrada, pero ese dinero lo donaré para los que necesitan”, agrega. Es que en el coexisten, debidamente empatados, el negociante y el benefactor.
La muerte aún le parece un asunto lejano, pues dos obsesiones lo mantienen vital y alimentan un discurso insistente: un pleito y una composición. El pleito es por la canción Cariño Malo y el enemigo de turno es Armando Manzanero. La canción, su composición más reciente, es para los 33 mineros chilenos aún atrapados al fondo de la montaña. “La inspiración me llegó a medianoche del 30 de agosto y la hice en cuatro minutos.”, dice. Para eso usó, como siempre, su vieja grabadora y la máquina de escribir que tiene desde hace 52 años. Nada de modernidad.
Talento bizarro
Tiene 78 años, siete hijos con siete mujeres diferentes, dos matrimonios derrumbados y una inquietud inagotable por el sexo. Habla con desparpajo de las muchas mujeres que han pasado por su vida y hasta ensaya una explicación sobre sus procederes. “Creo que a las mujeres hay que respetarlas en su físico. Qué abusivo darle a una sola 4 hijos, es mucho trabajo. En cambio, Polo Campos, que adora a la mujer, dice: a cada una su hijo y que pase la siguiente. Entonces eso no es un vicio sino un servicio”. Un botón de la “filosofía” de ese Polo Campos que habla de sí mismo en tercera persona. Como si fuera un Papa.
Hijo de una chiclayana que amaba la música y de un militar limeño que peleó en la guerra con el Ecuador, en 1941, Augusto Polo Campos nació en Puquio en 1932. A su madre Flor de María le debe no sólo la vena criolla sino la inspiración para crear Cuando llora mi guitarra, una de las canciones más importantes de su carrera. De su padre, Rodrigo, recibió los primeros pagos por sus estrofas cantadas y heredó la inclinación por las mujeres.
Compuso su primera canción a los 12 años y ahora se declara sin modestia como un genio, el mejor compositor nacional, aunque matiza diciendo que esa genialidad proviene de Dios. Tal vez por eso jamás quiso aprender a leer música. En realidad, ni siquiera se interesó en leer un libro. “Recuerdo que leí uno a medias, de un francés pero ya ni me acuerdo el nombre. Lo hice sólo porque una mujer que me gustaba me dijo que si no lo hacía no me aceptaba. Entonces había que complacerla”, dice risueño. Polo Campos es el analfabeto funcional más exitoso del Perú.
Tiene un vicio por las mujeres que jamás ha intentado controlar. Y eso le ha costado hasta perder amistades. “Mario Cavagnaro era mi amigo, gran compositor y extraordinaria persona, aunque al final terminé peleado con él. Fue por culpa de una mujer.”, recuerda lamentándose y agrega que en su velorio no le aceptaron ni el arreglo floral que envió.
Dice que no se arrepiente de ser un cazador sin vacaciones ni jubilación. Cuenta sus romances por miles, pero para él nada de errado hay en seguir ese instinto. Entre las elegidas es difícil encontrar un patrón: la colección de ex mujeres incluye a personas tan disímiles como la cantante criolla Cecilia Bracamonte, la vedette Susy Díaz o, según su propio inventario, la secretaria más famosa de los años 70, Eugenia Sessarego. Con esta última dice haber vivido un ‘amor dramático’ que se inició durante una de sus visitas de caridad a la prisión. A partir de entonces, la visitaba todas las semanas y hasta le cocinaba. Confiesa que fue ella quien le inspiró el vals “Cada domingo a las 12”.
Sin embargo, ninguna de ellas significó para el compositor más que un capítulo breve. Hay, empero, un amor que lo marcaría para siempre. “Jesús Vásquez debió ser mi esposa pero no pude casarme con ella. Ella fue el amor de mi vida. Pero yo era un simple policía recién egresado y ella estaba con un oficial de alto rango. Además, cómo podía un esclavo de la música criolla ser el marido de la reina. Era una mujer incomparable y escucharla cantar era maravilloso”, dice Polo Campos sin intentar ocultar el sentimiento que parece seguir vivo a pesar del tiempo y de la muerte.
No poder realizar ese amor como a él le hubiera gustado fue sin duda una de los momentos amargos que recuerda. Pero el mayor dolor fue la muerte de su madre dos días antes de su graduación como policía. “Ella me hizo ingresar para que no me perdiera por culpa de la música y la vida bohemia. Pero no pudo recibir de mí ni un sueldo”, recuerda con la voz quebrada.
La tristeza también se le pinta en el rostro cuando recuerda a sus compañeros de la música, los cantantes criollos que en poco tiempo lo han dejado más solo que nunca, casi como un fantasma viviente de la escena musical limeña. “En ocho meses se han muerto 8 de los mejores cantantes peruanos. Toda mi gente se ha ido y me duele”, dice.
Borrascoso, narcisista, complicado y varias veces brillante, Polo Campos es la prueba viviente de que el talento viene a veces en envases bizarros.