viernes, 20 de agosto de 2010

Yo, Augusto


    

Economista de profesión y periodista de oficio, Augusto Alvarez Rodrich es  esencialmente un comunicador. Carácter jovial y ritmo imparable. Aquí una mirada a la cotidianeidad, a la persona que sustenta al profesional de las facetas varias.



Foto: David Vexelman
 Enfundado en un traje formal, con corbata incluida, Augusto parece más un ejecutivo encopetado que el periodista multimedios que es desde hace varios meses. Su nueva faceta como conductor de un noticiero matinal lo obliga a ese atuendo y a levantarse a las 4 de la mañana de lunes a viernes. Y ese es solo el inicio de su ajetreada rutina.
Para balancear esa acelerada actividad laboral está su casa en San Isidro: un lugar apacible que tiene casi como jardín propio a El Olivar.
Ya instalado en un sillón de su estudio, mientras sus dos perros rondan juguetones a su alrededor, Augusto habla con rapidez, contesta siempre mirando a los  ojos y nunca hace una pausa muy prolongada. Se le nota entusiasmado de estar enteramente dedicado al periodismo, aunque dice tener la lección bien aprendida respecto al oficio. “Ya aprendí que nada es para siempre, que cuando mejor crees que están las cosas te botan, entonces ahora soy consciente que en algún momento esto se acabará y será tiempo de buscar otra cosa.”, dice.
Es que su despido de Perú 21, en 2008, le mostró la cara más ingrata del periodismo  aunque a él le cueste aceptar el golpe. Trata  de ser diplomático. “Mi salida no fue tan traumática como pareció. La verdad es que no es que me haya gustado que me sacaran pero tampoco voy a jugar a ser mártir del periodismo ni nada de esas vainas. Es más, cuando salí, me dieron una botada muy elegante, me dejaron despedirme y todo. En el Comercio, en cambio, te botan a la mala”, dice.
Entonces pensó en volver a lo de siempre, las consultorías, y dejar este mundo en el que siempre estuvo sólo a medias por temor a la inestabilidad. “A mí me gustaba el periodismo pero la verdad es que buscaba algo más formal en la vida. Por eso estudié economía. Pensaba que el periodismo era una actividad desordenada, inestable. Con el paso del tiempo descubrí que en efecto era todo eso que yo pensaba, pero igual, la vida me fue jalando por allí”, recuerda.
Ahora su vida transcurre rodeado de noticias pues todos los trabajos que tiene  están vinculados al periodismo: el noticiero en la TV, su programa de radio, sus talleres y cursos en dos universidades. Además, acaba de abrir un blog, recientemente publicó un libro que recopila sus columnas y para completar una agenda ya bastante llena, graba semanalmente un programa para Internet, Llanta de prensa, al lado de Mirko Lauer y Fernando Rospigliosi. 
Con ese ritmo de actividades, duerme solo cuatro horas al día, pero no se queja. “Yo  pensé que iba a ser más sufrido, pero no. Lo que sí sé es que no quiero sacrificar mis actividades. No quiero acostarme como viejita a  las 9 de la noche”, dice.
Tiene todo organizado perfectamente en su vida y en su estudio. Allí, además de sus libros, algunas piezas y fotografías de sus hijos adornando el ambiente, hay recortes de diarios archivados  minuciosamente,  por temas, en uno de los anaqueles. En su computadora, los temas inactuales de algunas de sus próximas  columnas y, en el escritorio, una libreta de apuntes de la que confiesa no despegarse nunca. “Soy muy ordenado. Tengo mi  archivo de noticias y recortes. Cuando hay desorden en mi escritorio no puedo hacer nada. Pamela Vértiz se ríe porque en la mesa del canal pongo todo en orden: en un lado los periódicos chicha; en otro,  los periódicos serios”, dice.
También reconoce ser casi un adicto a las noticias, incluso antes de entrar de lleno al terreno periodístico. Pero ese carácter de alumno aplicado también lo ha llevado a albergar algunos arrepentimientos. Aunque su autocrítica no llega muy lejos. “Creo que invertí mucho tiempo de joven en prepararme y no en divertirme tanto. Si volviera para atrás creo que alteraría un poco las prioridades. Creo que siempre he sido demasiado trabajador y me cuesta un poco relajarme. Soy demasiado castigador conmigo mismo y eso es algo que quisiera cambiar”, reconoce.

Volver a empezar
Metódico y  perfeccionista en su trabajo reconoce que lo que más le gustó en su etapa como director de diario fue la posibilidad de reinventarse. “Había que volver a  empezar cada  día desde cero, a diferencia del trabajo de consultor, que va acumulando información y cada proyecto dura varios meses. En cambio, un diario dura un día, es un ciclo corto. Un cambio interesante para mí”.
Quienes lo tuvieron como jefe lo califican como una persona de trato horizontal, dispuesto a escuchar y muy hábil en estimular la iniciativa propia de su equipo, algo que, según confiesa, le costó lograr.”Creo que hice un buen trabajo en reconvertirme porque antes yo no era un buen jefe: no delegaba, me metía mucho en el trabajo del otro y en el diario aprendí a confiar en la gente y en el trabajo que podían hacer”, dice.
Se declara agnóstico, ex fumador, es socio vitalicio de Alianza Lima y fanático de la buena comida. “Creo que es cierto el chiste ese de que uno primero se interesa por las mujeres, luego por los restaurantes y luego por los remedios. Yo estoy en la etapa de los restaurantes”, dice entre risas. Y aunque no se considera supersticioso reconoce que tiene algunas cábalas para ciertas ocasiones. “Entro siempre con el pie derecho al set de televisión y  tengo un  corazón, hecho de  piedra de Ayacucho, que coloco siempre en el escritorio de la cabina de radio”, confiesa.
Álvarez  Rodrich  es un hombre  que mide lo que dice y sabe esquivar  bien las preguntas que no desea contestar. Dice que prefiere no pelearse con nadie y afirma no guardar odios. Pero, sin ninguna duda, algunos personajes se le han quedado atragantados y lo deja notar. “Evito a los  intolerantes, los mentirosos. No voy a decir nombres pero son gente de la política y el periodismo que lo que hace es mentir adrede para apoyar causas perversas”,  dice.
 ¿Rafael Rey?- le pregunto
 “Me parece que es alguien que hace las cosas chuecas y que es incapaz de aceptar una idea diferente a la suya. Pero, mira, yo le agradezco que me ha permitido hacer unas columnas estupendas, de las que me siento más contento”, ironiza.
Aunque dice no cultivar enemigos hay uno sobre él que parece desplegar una inocultable hostilidad: Aldo Mariátegui. “La pelea entre periodistas me parece un poco absurda. Este señor me ha dedicado en los últimos dos años 145 menciones entre columnas y chiquitas. Es una cosa increíble, pero qué puedo hacer”. Aunque dice no darle importancia, hay una última frase que parece misil. “Me preocuparía si se tratara de otra gente. En general, busco la reconciliación con la gente a la cual respeto”, lanza.
 “Cuando me botaron del diario, sentí que era el momento de moverme hacia otra cosa. Pensé que ya no tenía espacio para trabajar en periodismo. No eran uno sino cinco medios escritos y dos televisivos donde ya no tendría espacio”. Pero las nuevas propuestas que ahora lo ocupan lo hicieron cambiar de opinión.
Aunque en un inicio se muestra prudente y no se anima a lanzar un juicio sobre la nueva dirección del Perú 21, después de unos minutos reconoce que en el barco multimedios que  manejan  los  Miro Quesada no todos son buenos amigos y el rótulo de grupo es sólo una seña empresarial. “Había gente en El Comercio  que me tenía tirria desde siempre. Recuerdo con mucha gracia que si surgía alguna noticia o personaje no querían dar fotos para Perú 21. Me obligaban a tener que comprar la foto de otro lugar. Era más fácil pedirle a alguien de otro medio que a la gente de El Comercio. Había una competencia absurda. Hasta tuve que crear mi propia red de corresponsales en provincias porque con ellos no contábamos”, recuerda.
 Sin embargo,  dice no detenerse demasiado a mirar el pasado ni acumular malos recuerdos. “Me olvido fácilmente de los agravios. Luis Bedoya Reyes me dijo una vez: nunca odies, es muy malo, te mata a ti mismo.  Además, yo siempre recuerdo lo bueno y nunca añoro volver. Cada época dura lo que debe y cuando pasas a otra cosa, ya está”. Alvarez Rodrich tiene el espejo retrovisor empañado. Ese quizás sea el secreto de su habitual tranquilidad.

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