viernes, 7 de octubre de 2011

Vidas marcadas...la tarea de la reconstrucción

La hondura de las heridas psíquicas de una mujer violada es previsiblemente inmensa. Sin embargo, siempre es posible sanar, emerger del infierno de  la humillación y la culpa. ¿Cuál es el proceso y cómo se  logra  recomenzar?                                
                                                 
No solo  un cuerpo invadido sino  un alma irremediablemente marcada. Ese es balance al que hace frente una mujer violada. Algunas víctimas quieren morir, otras intentan engavetar el recuerdo, pero un pensamiento recurrente las asalta de día, de noche. Es difícil hablar de eso, pero más todavía poder olvidar. El camino de regreso a una vida plena es sinuoso y esquivo  pero no imposible de transitar.
¿Cómo se logra hacer reingeniería del alma? Toda posibilidad de recuperación pasa por aceptar y procesar el hecho, algo a lo que la mayoría no está dispuesta. Al inicio es difícil hasta verbalizarlo. Según los terapeutas, salir de esa crisis inicial y del aislamiento social puede tomar entre tres y seis meses. Lo único que importa al inicio es librarse del infierno del estrés post traumático: la angustia, el insomnio, las pesadillas, el miedo constante, la depresión como respuesta a esa agresión.  Las víctimas de una violación sueñan, además, con lo imposible: olvidar, borrar lo sucedido.
Si hay algo que uniformiza a las víctimas de violación en medio de sus diferencias es  la sensación de culpabilidad. “Tienen mucha vergüenza, se sienten sucias  y creen que todos se van a dar cuenta de lo que les pasó”, dice Adriana Fernández, psicóloga clínica e investigadora de la PUCP. “Lo que sucede es que esa idea es la proyección que hacen ellas de cómo se ven a sí mismas”, agrega la especialista que atendió durante  tres años a víctimas de violencia sexual  a través de una red de ayuda.
También hay algunos testimonios que salen de lo común y  dan cuenta de la complejidad de la situación. “En uno de los casos que traté, luego de varios meses de terapia,  la víctima llegó a confesarme que  pudo haber tenido una sensación en la violación, porque son terminaciones nerviosas. No sabía si llamarlo orgasmo, que ya es demasiado,  pero sí una sensación que la confundía mucho y la hacía sentirse más culpable. Es muy raro pero puede suceder”, dice la psicoterapeuta psicoanalítica Jenny Loret de Fernández, del Centro de Atención Psicosocial (CAPS).
A veces, el episodio de abuso puede ser un descubrimiento accidental  en medio de una sesión de análisis. Un recuerdo encapsulado que al salir a la conciencia termina  por explicar una larga historia de síntomas y dificultades emocionales. El siquiatra y psicoanalista Alberto Péndola ha tratado este tipo de situaciones. “En determinados acercamientos sexuales, la mujer se pone  tensa, rígida y frígida. Ella  no sabe por qué, el recuerdo está reprimido. Luego de recuperar el recuerdo las mujeres son capaces de hacer conexiones entres sus síntomas y finalmente hacen conexiones entre su vida actual y las situaciones pasadas. Muchas cosas toman sentido, como por ejemplo, el rechazo a ciertas cercanías, la frialdad de sus actitudes”.
Pero las heridas que deja una agresión tan brutal van más allá de esos síntomas.  La violación es un hecho que rompe la continuidad de la historia de vida de una persona. “Las mujeres violadas tienen una seria incapacidad de reconocer sus recursos y poder nuevamente armar un proyecto de vida con sueños, con anhelos. La identidad está muy dañada porque queda la sensación de que ser mujer no es algo bueno, que  si hubieran sido hombres no les habría pasado nada”, dice Clarisa Ocaña, psicoterapeuta de DEMUS.  Amistarse con ellas mismas y con el entorno es una tarea complicada. “Lo más importante es que la persona pueda hablar con confianza sobre lo que pasó pero no solo centrarse en ese hecho, sino poder recuperar el antes. De lo contrario,  es como que la vida quedara trunca y las cosas hubieran empezado con la vivencia traumática. Se tiene que integrar a la persona que fue antes con la que es ahora”, dice  Loret.
Y si la embestida viene de casa el asunto es más difícil de sobrellevar. “No es lo mismo que te viole una persona cercana que un desconocido. La violación por parte de una persona con la que tienes algún vínculo previo te impacta a muchos más niveles, se afectan los lazos de confianza, porque ahí la persona que debería cuidar es la que termina agrediendo y utilizando el vínculo de manera perversa. Eso, sobre todo en el caso de niños y adolescentes desestructura la identidad de la víctima”, dice Clarisa Ocaña.
Padres violando hijas y, en el peor de los casos, las familias encubriendo el delito y minimizando los llamados de auxilio de las abusadas, son agravantes de pesadilla. “La falta de apoyo familiar lo que genera  es una auto percepción mucho más desvalorizada y refuerza la sensación de culpabilidad”, dice Fernández, que en una investigación realizada entre 16 mujeres violadas, descubrió que 13 de ellas no habían recibido apoyo de su entorno más cercano.
Ningún esquema mental está preparado para soportar una arremetida de este calibre y quedar indemne.  “Quien ha sufrido una violación, entre otras dificultades, va a tener  seguramente dificultad para tener relaciones sexuales o puede irse al otro extremo y, negando lo que le pasó, vivir de manera promiscua.”, dice el psiquiatra y psicoanalista Alberto Péndola.  La recuperación a través de la terapia tiene un objetivo concreto según la psicoterapeuta Jenny Loret: “Las pacientes pueden lograr  nuevamente placer. Deben llegar a diferenciar ese evento, que es sólo una situación de dominio,  de lo que verdaderamente es la sexualidad. Es cierto que, al inicio, la cercanía de otro cuerpo  puede producir un “flashback”, que es el regreso a la escena traumática. Pero a  través de la terapia y con ayuda de la pareja logran hacer  la diferenciación entre el agresor y la persona con la que  comparte no solo la sexualidad como acto sino todo lo que involucra la intimidad”.
La reacción de una mujer violada, en lo que se refiere a las relaciones de pareja, tiene varios matices. Mientras algunas optarán por evitar los lazos afectivos, otras elegirán pareja para sentirse protegidas pero no serán capaces de disfrutar de la misma manera. “El temor a las relaciones sexuales puede durar años. Es así como se protegen del trauma. La terapia es necesaria para replantear su posición frente a los hombres”, dice Ocaña. Las relaciones interpersonales y su mundo interno quedan a veces irremediablemente lastimadas.
Y cuando  el resultado de la violación incluye también un embarazo forzado el terremoto emocional es aún mayor. Un ejemplo esclarecedor es el que recuerda Adriana Fernández con una de las mujeres abusadas que incluyó en su investigación. “Me impresiono mucho una mujer que yo visité en su casa y que había tenido un hijo producto de la violación. El bebé no tenía más de tres meses y  lloró durante toda la entrevista mientras  la madre ni  se inmutaba, no hizo nada cuando le hablé de ese llanto. Parecía que intentaba negar la presencia del hijo.  Tuvo que salir su hermanita pequeña a calmarlo”, relata.
No hay plazos fijos ni recuperaciones aseguradas. Cada mujer tiene su propia solución y sus propios plazos de curación. Lo cierto es que siempre va a quedar la marca. “Que quede cicatrizada de la mejor manera no significa que desaparezca y, si desaparece, no está bien. El “Ya no me acuerdo o ya no me interesa”, no es una reacción normal. Lo normal es procesarlo  y recordarlo desde otra perspectiva”, dice el psiquiatra Alberto Péndola.
No hay recetas universales, solo la leve promesa de que la resiliencia puede ser más que sólo un concepto.  “Hay que tratar de integrar el evento violento a la vida y elaborarlo de modo que genere una nueva mujer. Aquello que pasó queda como una experiencia dolorosa pero no como la determinante de su vida futura. Puede recomponerse y ser feliz. La vida es más que todo eso”, dice Loret.  Sería bueno poder creer que es posible.

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