viernes, 29 de julio de 2011

El verbo alucinado de Alan

                                                                                             

El presidente García no sólo coquetea con las mujeres sino con la locura. Si en su primer gobierno se le llamó irrespetuosamente Caballo Loco, su incontinencia verbal, en estos últimos cinco años, demostró que continuaba merodeando el exceso. Un conjunto de sus cada vez más alucinadas declaraciones, analizadas por un especialista, revelan los rasgos de la compleja personalidad del Presidente.

 



Foto: Paul Vallejos C.
La más recordada debe ser aquella de que “la plata llega sola”. Pero no es la única. Tampoco se ha cohibido cuando se trata de opinar sobre sus adversarios políticos: de Toledo dijo que es un “loquito de la calle”, que muchos parecen tener con él una  “obsesión  psicosexual” y que quienes critican su gestión tienen la “actitud negacionista de los anticristos”. Y ese es sólo el comienzo.  El material que ha generado el Presidente es amplio y revelador.  Según un reconocido psiquiatra, que ha preferido el anonimato, el de García “es un caso psiquiátrico muy rico y complejo que no calza en una sola etiqueta diagnóstica”. Según dice, hay en él, además de la conocida bipolaridad, rasgos narcisistas, histriónicos e incluso psicopáticos.

 Las evidencias están presentes casi desde el inicio del gobierno. Ya en el discurso de investidura del 2006, el presidente dejaba entrever su convicción de ser casi un predestinado. “Declaro que el Perú puede crecer económica y socialmente mucho más, y que dentro de diez años los vecinos avanzados en la carrera del desarrollo nos verán como ejemplo. Para ello contamos con inmensos recursos económicos y, sobre todo, con un pueblo al que solo falta una fe unitaria y una conducción”. Pero si eso pudo considerarse simplemente un lícito ejercicio retórico para agradar a sus oyentes, sus frases en los años siguientes dejan ver lo que el especialista califica como “una sobrevaloración extrema de su persona, soberbia y autoconcepción de grandiosidad, propias de la manía”. Así, en marzo de 2009, disparaba sin empacho esta famosa frase: “En Perú el presidente tiene un poder: no puede hacer presidente al que él quisiera, pero si puede evitar que sea presidente quien él no quiere”. Y agregaba: “Yo lo he demostrado”. Hace una semana, por ejemplo, en una extensa entrevista a un diario, dijo: “El que cree que yo he entrado a la política o al segundo gobierno para levantar dinero es un tonto porque no entiende lo que es ni la historia ni la gloria de haber podido ser presidente dos veces”. Historia y gloria: los ingredientes perfectos de la megalomanía.

Demostrando que lo suyo no es solo un problema maniaco, el doctor García hace gala de otro de sus rasgos patológicos: un trastorno narcisista de la personalidad. “Hay muchos rasgos de autoendiosamiento. Se cree insustituible. Ese narcisismo hace que no tolere las críticas, que menosprecie a los demás, que se sienta por encima del bien y de mal”, dice el psiquiatra. En 2007, tras el terremoto de Pisco, tuvo varias declaraciones poco felices: a un periodista español, que le preguntó sobre las informaciones que hablaban de una supuesta desorganización en la distribución de la ayuda, le dijo: "Su país no se arregló en dos días después de la Guerra Civil", y  a un grupo de cooperantes españoles, que pidió mayor seguridad  tras verse en medio de un tiroteo mientras prestaban ayuda, les espetó:"Quien tenga miedo, que se vaya". Tanto le molestan las críticas que cuando un Wikileak reveló que desde la Embajada americana se hablaba de su ego colosal, el Presidente se atrevió a abandonar su consuetudinaria vocación de adulón de los Estados Unidos y, aunque en un primer momento sólo dijo que eso “revelaba un bajo nivel diplomático”, hace pocos días, en una entrevista, no cedió a la tentación y dejó salir a su yo desbocado: “Lo que pasa es que están acostumbrados a que los políticos vayan a su embajada como perritos, con rodilleras y mirando  hacia abajo, creyendo que están hablando con los dueños del mundo. ¿Sabe qué? Para mí el Perú es el dueño del mundo. Entonces voy y  los trato así (hace un gesto despectivo con las manos). Por eso dicen que soy un arrogante”.

Pero los peruanos no han corrido mejor suerte con el presidente. Con la prensa local va del menosprecio a la humillación. Ante una pregunta incómoda espetó: “Está usted hablando sin saber. Lamento que RPP dé sus micrófonos a personas mal informadas. No venga con preguntas de consigna”. Y alguna vez dijo a otro: “Cómo se le ocurre que le voy a decir a usted por periódico lo que voy a conversar con la presidente Bachelet. Seguramente usted puede imaginar qué temas son. Imagínelo, pues”. Y las críticas de un diario provocaron que dijera: “Pásenme ese periódico, para reírme de Mohme. Mohme Quesada, ¿no?”.

En junio de 2009, ante el conflicto en Bagua, no tuvo mejor idea que referirse a las comunidades que protestaron como “pequeños grupos que no representan lo más avanzado del país” y fue aún más lejos al tratar de definir su actitud: “Ya está bueno, estas personas no tienen corona, no son ciudadanos de primera clase que puedan decirnos a 28 millones de peruanos: tú no tienes derecho de venir por aquí”.
Si hay algo que caracteriza al trastorno maniaco depresivo es la falta de sensatez. “Su autoridad no es racional sino emocional, por eso, por momentos, están eufóricos, en éxtasis y ante un pequeño problema estallan con irritabilidad, intolerancia y hasta violencia”, dice el especialista. Por eso la plebeya cachetada de García a Richard Gálvez, el desaforado muchacho que, en octubre del 2010,  le gritó corrupto. Por eso su reacción ante las críticas a la gestión post terremoto: “a veces algunos periodistas juegan a las alarmas. Hay alguna gente que gusta de atemorizar, llevan malas noticias, destruyendo el ánimo de la población". La propuesta de García para afrontar esa catástrofe era, indudablemente, digna de él: "¿Dónde están mis amigas las cantantes?, ¿dónde están mis amigos los artistas?, ¿dónde están mis amigos los futbolistas? Se necesita también distracción”.

Otra  invocación delirante que no puede tener sino un origen patológico es la que le hiciera a su ministro Luis Alva Castro en 2007: “Tomemos acciones concretas (...). Use usted los aviones A-37 y bombardee, ametralle esos aeropuertos, esas pozas de maceración”. También es para alarmarse su temeraria propuesta en contra de la delincuencia común: “si un delincuente roba a una persona no se puede esperar que amenace a la policía: las armas de la ley son para usarlas, de frente hay que disparar y con toda decisión…”.
En 2008, ante el escándalo de los petroaudios, dijo: “que esos corruptos y esas ratas, que están muertas en vida, se mueran de una vez…” Y  también deberían morirse  “los miserables y los mal nacidos que quieren hacer plata con un gobierno aprista…”. Porque si de algo está seguro en su delirio de grandeza,  es que él está más allá de las críticas. “Me hacen gracia los piñateros que siempre creen que todos son ladrones como ellos. El ladrón cree que todos son de su condición. No sean tontos. Esta gente torpe cree que para un hombre político, que queda en la historia del Perú y en la gloria, un centavo es valioso. Están totalmente imbéciles”, dijo hace unas semanas en una entrevista televisiva. La carencia de un sedante era más que evidente.



Foto: Paul Vallejos C. 
  También hay en García mucha dosis de histrionismo. Por eso Alan intercala un discurso enrevesado y pomposo con el disfrute de un vaso de cerveza en un cerro. Algo que él reconoce como una virtud: “Eso les da pica a algunos porque yo sumo varios componentes: Soy lo suficientemente cholo para ser gobernante del Perú, no soy tan cholo como para no gustarle a algunos sectores de la clase media. Estudié en colegio público y tengo esquina”. Y, claro, está seguro de que todos lo envidian: “Todo el mundo sabe en el Perú que sé hacer discursos, que sé comunicarme y a veces lo envidian; pero yo digo: las palabras a un lado, las obras adelante”. Porque lo suyo es, dice, un don divino. “Les pido un acto de fe. Dios me ha dado la capacidad de convencer a las personas”. Y si alguien se atreve a cuestionarlo es que “caemos en el procedimiento de los anticristos, es decir, negar”. Lo único que le falta es un tricornio y pararse en la Costa Verde creyendo que es la orilla de Santa Elena.

De este histrionismo se deriva también su vocación de seductor. Entonces coquetea con periodistas y se muestra con mujeres guapas. “Los maniacos son hiper eróticos y promiscuos. Tienen también adicción a la imagen  y por eso, en su caso, se da esa sobre exposición. El quisiera aparecer en todo, a toda hora”, dice el psiquiatra. Pero él lo niega. “A mí si algo me ofende es cuando dicen que no sé a cuántos candidatos he apoyado. Y últimamente ya no sé cuántas novias tengo. (…)Soy un taumaturgo con unas fuerzas extraordinarias. Una especie de demonio”, dijo hace poco.

“La victimización puede ser también  un rasgo psicopático”, me dice el especialista cuando revisa algunas frases como esta: “Yo cargo mi cruz solo, no  necesito cirineos. Sé que la voy a cargar y que seré piñata de algunos que quieren hacer carrera política conmigo, atacándome. Pero ya he visto esa película y ya sé en qué termina”, dijo en la misma entrevista de TV en la que se paseó mostrando Palacio y comiendo de la paila en la cocina. En la entrevista que concediera a El Comercio la semana pasada matizó esta delicia: “Los políticos tenemos cierta ambición de hacer las cosas, de protagonizar, de figurar, pero yo he sido ya presidente dos veces y siempre he vivido pendiente del partido y algunas veces me pregunto cuándo vivo para mí en algún momento”. Pobrecito.

Sus relaciones familiares son también un objeto interesante de análisis. Desde el escándalo de su nuevo hijo hasta su separación matrimonial. “Como todo Narciso, asume que es siempre  dueño de la verdad, dueño de las personas  y, por tanto, de las oportunidades. Todo lo maneja según su conveniencia.”. Entonces no tiene problema en colocar a su esposa en la humillante situación de escoltarlo y  escucharlo  mientras reconoce: “mantuve una relación con una persona de altas cualidades, relación de la que nació un niño en febrero del 2005”. Y en un despliegue de cinismo con pocos precedentes el Presidente aseguró en ese discurso - pronunciado en octubre de 2006, más de un año y medio después de nacido el niño- que “era fundamental decirlo públicamente ante todos los peruanos,  porque es mi deber como Presidente de la República y porque yo no rehuyo mis responsabilidades”.
También puede llegar a ser incomprensiblemente macabro en sus expresiones: “Bienaventurados los que sufren la pérdida de un hijo, de un hermano, de un padre porque de ellos tiene que ser el reino de la democracia (…)”, dijo, en junio de 2007, en un acto en Huanta.
Foto: Paul Vallejos C.
Pero nada tan genuinamente patológico como sus teorías sobre las intervenciones divinas y los males humanos. Se trata, dice el psiquiatra, de un caso de sobrevaloración de su capacidad de juicio, típica del maniaco, porque la persona está convencida de que es dueña de la verdad. Por ejemplo, su declaración a propósito de la muerte de Osama Bin Laden, ocurrida el mismo día de la beatificación de Juan Pablo II: “Su primer milagro ha sido llevarse del mundo a la encarnación del mal, a la encarnación demoníaca del crimen y del odio.” O cuando intenta explicar el problema de las adicciones. “Hollywood está entre los grandes inspiradores del consumo de droga. Cuantas veces se ha visto en los canales de cable la historia de narcotraficantes y su triunfo eventual. Y si eso lo asocia a los dibujos animados donde todo se transforma. ¿Y por qué se transforma? Por la droga. Está implícito que el transformer es un drogado. ¿No se dieron cuenta? Todo eso va corrompiendo la conciencia de cada niño. Entonces se ganará dinero con eso, pero también lo ganan los narcotraficantes, señores productores de películas bastardas y pro narcotráfico. Eso es lo dramático”. Pobre niño Federico Danton. Nos imaginamos qué restricciones sufre.

Y con esa convicción del que cree que todo lo sabe y asume que es superior a todos, emprende sus obras faraónicas, “que sólo la historia juzgará”. Y a veces se anima a desarrollar confusas descripciones: “Somos un país andino, esencialmente triste. No somos un país alegre como Brasil o como los colombianos, que son hiperactivos y tienen esa mezcla de español del norte, vascongado y catalán, y mayor componente negro y un poco de antropófago primitivo. Son hiperactivos y tienen más sol, tienen Caribe”. También  propina “reflexiones” como esta: “No me gustan los pitucos metidos a izquierdistas, me gustan los hombres de color cobrizo que son los verdaderos peruanos y pueden luchar por la justicia social. Y también, cuando le conviene, dispara contra la Iglesia Católica. Claro, no la que representa Cipriani sino la que sí defiende a los desvalidos. “Yo me pregunto qué hace la iglesia jugando a la política (…) Así como no me gusta que intervenga en la política el gobierno venezolano, el gobierno argentino, tampoco es bueno que intervenga en la política el Estado Vaticano”, dijo en referencia al apoyo dado al referéndum sobre el ingreso de la Minera Majaz , en 2007.
En suma, el doctor García está muy bien (divinamente) representado en el morro Solar.
“El Cristo del Pacífico lo refleja a él: es su deseo de estar por encima de todos y de manera permanente”, concluye el psiquiatra.





viernes, 15 de julio de 2011

Mujer de bandera

Una disculpa pública por los años de incomprensión, hecha por su hermana- la también periodista Patricia del Río-, nos llevó hasta María Luisa. Mujer directa y sensible, acepta hablar del costo de ser fiel a los sentimientos y de las batallas ganadas.


Foto: archivo MLDR
María Luisa del Río tiene 42 años, una hija de seis, un matrimonio roto y la convicción de que, en su caso, el amor no entiende de géneros. Es curiosa y por eso viaja, por eso es periodista. Ha dejado que la vida la sorprenda. Habla con serenidad y no esquiva ninguna pregunta aunque a ratos la discreción sea un imperativo autoimpuesto que la pone a salvo de los conflictos familiares y los recuerdos dolorosos.
Fue una niña inquieta y una adolescente a la que le gustaban los deportes “de chicos”. De adulta fue mesera en Manhattan, estudiante de comunicaciones y, finalmente, terminó escribiendo porque lo hacía bien. Vivió en la selva por amor,  se arriesgó a las críticas también por amor  y no se resignó a vivir en ningún clóset. Ahora solo defiende  su libertad. Por eso en su casa solo tienen cabida su hija Núa y su perro Félix. Allí nos recibe al mediodía de un sábado tranquilo.
Han pasado ya tres años desde que le dijo a su familia que se separaba de su esposo porque se había  enamorado de una mujer; hace dos que hizo público ese amor en televisión y hace exactamente una semana que su hermana, la también periodista Patricia del Río, le ofreció por primera vez, a través de la columna en un diario, una disculpa pública por no haber comprendido, por no haberla apoyado. “Me parece lindo que lo haya hecho y que mi familia lo lea. No era necesaria para mí pero tal vez sí para ella”.
Con su decisión María Luisa  dejó atrás casi 11 de relación con un ingeniero español. “Nada de lo que hice o dije fue un error. Era simplemente yo con esa situación tan compleja y tan nueva. No tenía intención de lastimar a nadie, sí tenía mucha torpeza y estaba profundamente enamorada”, dice. La destinataria del arrollador sentimiento y desencadenante de esta nueva orientación en su vida era mayor que ella,  alemana, partera y también estaba casada. Dice María Luisa que solo se demoró tres meses en confesárselo a ella y a su esposo. “Y eso porque en ese tiempo no la vi. Y fui yo quien habló primero porque jamás me he reprimido en decir lo que siento  aunque lo que siento no sea fácil o bonito. Nunca he tenido miedo de sentir”, dice.
 Ese fue el fin de un matrimonio de cuatro años,  una historia que se había iniciado en Santa María de Nieva mientras ella hacía un reportaje y él era voluntario en una ONG que trabajaba con las comunidades de la zona. Cuando le pregunto a María Luisa sobre esa relación me dice que fue “un amor apasionado, profundo, también lleno de decisiones radicales”. Y no es difícil de creer: ella  dejó su carrera en Lima y se mudo al medio de esa selva para  vivir con él. Y allí se quedaron por casi 4 años trabajando entre aguarunas y huambisas. Después se marcharon al norte, pusieron un bar en Huanchaco y, en el 2002, regresaron a Lima.
 Tiempo después, y a pesar de que a  María Luisa siempre le ha costado  lidiar con  la rutina, los roles establecidos, el compromiso, incurrieron en el matrimonio. “Me casé porque quería hacer lo que veía hacer  y probarme que esto era posible. Además, quería ser mamá y que mi hijo tuviera una familia”. Su hija Núa nació poco después, en el 2005. La niña es, para la libérrima viajera, un desafío constante a esa vocación  de no estar atada a nada ni a nadie. “El matrimonio se había convertido en una rutina donde la comunicación se limitaba a los temas domésticos. Lo más triste fue descubrir que nosotros ya no hablábamos de lo que sentíamos. Y en medio de eso, este nuevo sentimiento me sorprendió. Algo tenía que hacer.”, me dice. Con la misma naturalidad con la que habla sobre sus viajes me dice que siempre le  pareció que “todos éramos un poco proclives a todo”,  pero que nunca había tenido la oportunidad de experimentar una relación con otra mujer y por lo tanto no sabía si le gustaba o no. “Había tenido amigas mujeres muy cercanas pero nunca hubo un deseo carnal reprimido de por medio. Esta era la primera vez en la vida que me gustaba una mujer”, asegura. Lo que sí sintió siempre es una fuerte conexión y  afinidad con las  mujeres. “Hasta ahora,  eso es  lo que me hace estar en este camino y no en el otro. No descarto nada pero siento que en este momento de mi vida, y tal vez para siempre, con las mujeres me siento más cómoda y más libre de ser quien soy, sin tener que asumir ese patrón de lo que se espera de una mujer: bonita, perfecta, buena madre”. 
Aunque prefiere no recordar los detalles del fin de su relación matrimonial, reconoce que fue un momento terrible pero inevitable. “A nadie le gusta oír una cosa así, pero tuve que decir toda la verdad. Si te enamoras de una mujer y no se lo dices a tu pareja hombre, creo que es un doble engaño porque allí sí no existen posibilidades de reconquistarte. Tienes que dejar que él viva lo que tiene que vivir, porque seguir con una gran mentira  sólo porque para ti  es tragar mucho sapo decirle lo que está pasando, me parece una crueldad”. Tras el terremoto de la noticia pasó algo más de  un año antes de que las cosas se calmaran y ellos pudieran construir una nueva relación de padres amigos.
 A pesar de lo difícil del proceso, dice que no se arrepiente de nada.  Y eso que su nueva relación también terminó. “Se hizo todo muy difícil,  primero por la distancia, luego por todo lo que se dio alrededor. Eso provocó las peleas y luego el final. Pero aún  hoy cuando nos encontramos, nos abrazamos muy fuerte”, me dice sin ocultar una mirada melancólica. “Hasta ahora me alegro de haber dejado actuar a mi corazón. Incluso creo que ahora no tengo a mi corazón tan suelto como lo tuve en ese momento. Quizás  por miedo, porque todo fue muy doloroso”, agrega.
Foto: archivo MLDR


Mirando atrás
Es la segunda de cinco hermanos. En casa, con un padre abogado y una madre profesora, María Luisa siempre fue diferente. “Mientras Patricia se pasaba todo el tiempo leyendo, yo jugaba fútbol, trepaba árboles, tenía amigos hombres. Era un poquito ahombrada, en realidad me divertía más con los hombres, no entendía mucho eso de las muñequitas. Creo que allí se estaba gestando un estilo, ¿no?”, dice y ríe. Pero en la adolescencia hizo lo que toda chica de su edad: tener enamorados, escribir en su diario. Solo llamaba la atención su marcada  afición por algunos deportes en ese tiempo no aptos para chicas. “De pronto pedía cosas  que nunca me iban a dar, como una tabla de surf o un skate”, dice. Esos se los compró ella misma años después. Y también empezó a viajar. Estuvo en los Estados Unidos por una temporada y a su regreso empezó sus viajes por el Perú, que es lo que más despierta su curiosidad.
Su llegada al periodismo escrito tampoco fue un plan largamente postergado. Tras terminar sus estudios de comunicación audiovisual y descartar rápidamente un futuro en la realización de documentales, empezó a practicar como redactora en un suplemento cultural y luego en el diario El Mundo. “Mis jefes y yo misma descubrimos que tenía talento para escribir, así que decidí mantenerme en eso. Fue una sorpresa para mí que nunca fui una gran lectora aunque sí había escrito algunas historias cuando era niña”. Ahora, familiarizada con el oficio de narradora, lleva publicados dos libros  de relatos cortos. Uno de ellos, Sin mirar atrás, recoge las historias que escribió durante su estadía en la selva. El otro es un conjunto de crónicas de viaje sobre el Cusco.
Prefiere no mostrar a su pareja actual, a su hija o a su familia. Así evita, dice, revivir  los conflictos del pasado. “No quiero que ese tren me vuelva a atropellar. Quiero pasar mi vida tranquilamente. Cuando estoy solo yo en juego, no tengo problema en mostrarme y, si mi historia sirve de algo, mejor. Tampoco  me gusta decir que tengo pareja, pero más por una cuestión de sentirme libre. Prefiero decir, y mi pareja lo sabe, que somos amigas con derechos”, dice entre risas.
Pocas cosas parecen figurar en la lista de certezas de María Luisa el Río. Pero una de ellas es su visión del matrimonio. “Yo pienso que el matrimonio es un acto fallido. Yo no me  volvería a casar nunca más. Como institución no es una buena idea, por eso no me interesa participar en las campañas para que se apruebe el matrimonio entre personas del mismo sexo. La convivencia tan estrecha con otra persona, la combinación de economías y  esa necesidad que se va creando de estar siempre juntos, hacer todo juntos, creo que no son muy reales y llevan inevitablemente al aburrimiento”, dice. Algo que dice haber comprobado en su propio matrimonio. Ahora, solitaria y celosa de su espacio personal, dice solo estar dispuesta a una relación libre de ataduras y compromisos. “Bastante tengo ya con aguantarme a mí misma como para estar tratando de interactuar a ese nivel tan estrecho con otra persona”, dice.
Si hay algún espacio de concesiones es el que tiene su hija Núa, que ahora tiene seis años. “La maternidad es algo que voy a agradecer toda la vida. Te hace mejor hija y te humaniza mucho. Incluso  a veces me reclamo a mi misma no haber tenido por lo menos dos”.
¿Y qué va a pasar cuando tengas que hablar con ella del tema de tu sexualidad? – le digo.
“Ahora ella sabe y ve sólo lo que una niña de su edad debe. Nada más. Yo sé que en algún momento, Dios no lo quiera, esto me va a traer algún tipo de conflicto con mi hija. Tal vez cuando vaya creciendo quiera, o me reclame, que todo sea más normal, pero le diré lo mismo que le dije el otro día: Hijita, soy la única mamá que tienes, así que no queda más que aceptarme”. Aunque sabe que ese pedido no es ni será tan fácil de lograr. “Sé que este camino es solitario, son tus sentimientos,  ni siquiera los de tu pareja. Es mirarte y decir, esto siento, esto soy, guste o no guste.  Creo que lo peor en el mundo, algo que no le hace bien ni a la mente ni al cuerpo, es reprimir todo aquello que, siendo nuestro, no le hace daño a nadie”, dice.
Pero, ¿esto sí lastimó varias personas?, pregunto.
-          Sí, pero era mi vida, me dice.
Y tiene razón.