Una disculpa pública por los años de incomprensión, hecha por su hermana- la también periodista Patricia del Río-, nos llevó hasta María Luisa. Mujer directa y sensible, acepta hablar del costo de ser fiel a los sentimientos y de las batallas ganadas.
Foto: archivo MLDR |
María Luisa del Río tiene 42 años, una hija de seis, un matrimonio roto y la convicción de que, en su caso, el amor no entiende de géneros. Es curiosa y por eso viaja, por eso es periodista. Ha dejado que la vida la sorprenda. Habla con serenidad y no esquiva ninguna pregunta aunque a ratos la discreción sea un imperativo autoimpuesto que la pone a salvo de los conflictos familiares y los recuerdos dolorosos.
Fue una niña inquieta y una adolescente a la que le gustaban los deportes “de chicos”. De adulta fue mesera en Manhattan, estudiante de comunicaciones y, finalmente, terminó escribiendo porque lo hacía bien. Vivió en la selva por amor, se arriesgó a las críticas también por amor y no se resignó a vivir en ningún clóset. Ahora solo defiende su libertad. Por eso en su casa solo tienen cabida su hija Núa y su perro Félix. Allí nos recibe al mediodía de un sábado tranquilo.
Han pasado ya tres años desde que le dijo a su familia que se separaba de su esposo porque se había enamorado de una mujer; hace dos que hizo público ese amor en televisión y hace exactamente una semana que su hermana, la también periodista Patricia del Río, le ofreció por primera vez, a través de la columna en un diario, una disculpa pública por no haber comprendido, por no haberla apoyado. “Me parece lindo que lo haya hecho y que mi familia lo lea. No era necesaria para mí pero tal vez sí para ella”.
Con su decisión María Luisa dejó atrás casi 11 de relación con un ingeniero español. “Nada de lo que hice o dije fue un error. Era simplemente yo con esa situación tan compleja y tan nueva. No tenía intención de lastimar a nadie, sí tenía mucha torpeza y estaba profundamente enamorada”, dice. La destinataria del arrollador sentimiento y desencadenante de esta nueva orientación en su vida era mayor que ella, alemana, partera y también estaba casada. Dice María Luisa que solo se demoró tres meses en confesárselo a ella y a su esposo. “Y eso porque en ese tiempo no la vi. Y fui yo quien habló primero porque jamás me he reprimido en decir lo que siento aunque lo que siento no sea fácil o bonito. Nunca he tenido miedo de sentir”, dice.
Ese fue el fin de un matrimonio de cuatro años, una historia que se había iniciado en Santa María de Nieva mientras ella hacía un reportaje y él era voluntario en una ONG que trabajaba con las comunidades de la zona. Cuando le pregunto a María Luisa sobre esa relación me dice que fue “un amor apasionado, profundo, también lleno de decisiones radicales”. Y no es difícil de creer: ella dejó su carrera en Lima y se mudo al medio de esa selva para vivir con él. Y allí se quedaron por casi 4 años trabajando entre aguarunas y huambisas. Después se marcharon al norte, pusieron un bar en Huanchaco y, en el 2002, regresaron a Lima.
Tiempo después, y a pesar de que a María Luisa siempre le ha costado lidiar con la rutina, los roles establecidos, el compromiso, incurrieron en el matrimonio. “Me casé porque quería hacer lo que veía hacer y probarme que esto era posible. Además, quería ser mamá y que mi hijo tuviera una familia”. Su hija Núa nació poco después, en el 2005. La niña es, para la libérrima viajera, un desafío constante a esa vocación de no estar atada a nada ni a nadie. “El matrimonio se había convertido en una rutina donde la comunicación se limitaba a los temas domésticos. Lo más triste fue descubrir que nosotros ya no hablábamos de lo que sentíamos. Y en medio de eso, este nuevo sentimiento me sorprendió. Algo tenía que hacer.”, me dice. Con la misma naturalidad con la que habla sobre sus viajes me dice que siempre le pareció que “todos éramos un poco proclives a todo”, pero que nunca había tenido la oportunidad de experimentar una relación con otra mujer y por lo tanto no sabía si le gustaba o no. “Había tenido amigas mujeres muy cercanas pero nunca hubo un deseo carnal reprimido de por medio. Esta era la primera vez en la vida que me gustaba una mujer”, asegura. Lo que sí sintió siempre es una fuerte conexión y afinidad con las mujeres. “Hasta ahora, eso es lo que me hace estar en este camino y no en el otro. No descarto nada pero siento que en este momento de mi vida, y tal vez para siempre, con las mujeres me siento más cómoda y más libre de ser quien soy, sin tener que asumir ese patrón de lo que se espera de una mujer: bonita, perfecta, buena madre”.
Aunque prefiere no recordar los detalles del fin de su relación matrimonial, reconoce que fue un momento terrible pero inevitable. “A nadie le gusta oír una cosa así, pero tuve que decir toda la verdad. Si te enamoras de una mujer y no se lo dices a tu pareja hombre, creo que es un doble engaño porque allí sí no existen posibilidades de reconquistarte. Tienes que dejar que él viva lo que tiene que vivir, porque seguir con una gran mentira sólo porque para ti es tragar mucho sapo decirle lo que está pasando, me parece una crueldad”. Tras el terremoto de la noticia pasó algo más de un año antes de que las cosas se calmaran y ellos pudieran construir una nueva relación de padres amigos.
A pesar de lo difícil del proceso, dice que no se arrepiente de nada. Y eso que su nueva relación también terminó. “Se hizo todo muy difícil, primero por la distancia, luego por todo lo que se dio alrededor. Eso provocó las peleas y luego el final. Pero aún hoy cuando nos encontramos, nos abrazamos muy fuerte”, me dice sin ocultar una mirada melancólica. “Hasta ahora me alegro de haber dejado actuar a mi corazón. Incluso creo que ahora no tengo a mi corazón tan suelto como lo tuve en ese momento. Quizás por miedo, porque todo fue muy doloroso”, agrega.
Foto: archivo MLDR |
Mirando atrás
Es la segunda de cinco hermanos. En casa, con un padre abogado y una madre profesora, María Luisa siempre fue diferente. “Mientras Patricia se pasaba todo el tiempo leyendo, yo jugaba fútbol, trepaba árboles, tenía amigos hombres. Era un poquito ahombrada, en realidad me divertía más con los hombres, no entendía mucho eso de las muñequitas. Creo que allí se estaba gestando un estilo, ¿no?”, dice y ríe. Pero en la adolescencia hizo lo que toda chica de su edad: tener enamorados, escribir en su diario. Solo llamaba la atención su marcada afición por algunos deportes en ese tiempo no aptos para chicas. “De pronto pedía cosas que nunca me iban a dar, como una tabla de surf o un skate”, dice. Esos se los compró ella misma años después. Y también empezó a viajar. Estuvo en los Estados Unidos por una temporada y a su regreso empezó sus viajes por el Perú, que es lo que más despierta su curiosidad.
Su llegada al periodismo escrito tampoco fue un plan largamente postergado. Tras terminar sus estudios de comunicación audiovisual y descartar rápidamente un futuro en la realización de documentales, empezó a practicar como redactora en un suplemento cultural y luego en el diario El Mundo. “Mis jefes y yo misma descubrimos que tenía talento para escribir, así que decidí mantenerme en eso. Fue una sorpresa para mí que nunca fui una gran lectora aunque sí había escrito algunas historias cuando era niña”. Ahora, familiarizada con el oficio de narradora, lleva publicados dos libros de relatos cortos. Uno de ellos, Sin mirar atrás, recoge las historias que escribió durante su estadía en la selva. El otro es un conjunto de crónicas de viaje sobre el Cusco.
Prefiere no mostrar a su pareja actual, a su hija o a su familia. Así evita, dice, revivir los conflictos del pasado. “No quiero que ese tren me vuelva a atropellar. Quiero pasar mi vida tranquilamente. Cuando estoy solo yo en juego, no tengo problema en mostrarme y, si mi historia sirve de algo, mejor. Tampoco me gusta decir que tengo pareja, pero más por una cuestión de sentirme libre. Prefiero decir, y mi pareja lo sabe, que somos amigas con derechos”, dice entre risas.
Pocas cosas parecen figurar en la lista de certezas de María Luisa el Río. Pero una de ellas es su visión del matrimonio. “Yo pienso que el matrimonio es un acto fallido. Yo no me volvería a casar nunca más. Como institución no es una buena idea, por eso no me interesa participar en las campañas para que se apruebe el matrimonio entre personas del mismo sexo. La convivencia tan estrecha con otra persona, la combinación de economías y esa necesidad que se va creando de estar siempre juntos, hacer todo juntos, creo que no son muy reales y llevan inevitablemente al aburrimiento”, dice. Algo que dice haber comprobado en su propio matrimonio. Ahora, solitaria y celosa de su espacio personal, dice solo estar dispuesta a una relación libre de ataduras y compromisos. “Bastante tengo ya con aguantarme a mí misma como para estar tratando de interactuar a ese nivel tan estrecho con otra persona”, dice.
Si hay algún espacio de concesiones es el que tiene su hija Núa, que ahora tiene seis años. “La maternidad es algo que voy a agradecer toda la vida. Te hace mejor hija y te humaniza mucho. Incluso a veces me reclamo a mi misma no haber tenido por lo menos dos”.
¿Y qué va a pasar cuando tengas que hablar con ella del tema de tu sexualidad? – le digo.
“Ahora ella sabe y ve sólo lo que una niña de su edad debe. Nada más. Yo sé que en algún momento, Dios no lo quiera, esto me va a traer algún tipo de conflicto con mi hija. Tal vez cuando vaya creciendo quiera, o me reclame, que todo sea más normal, pero le diré lo mismo que le dije el otro día: Hijita, soy la única mamá que tienes, así que no queda más que aceptarme”. Aunque sabe que ese pedido no es ni será tan fácil de lograr. “Sé que este camino es solitario, son tus sentimientos, ni siquiera los de tu pareja. Es mirarte y decir, esto siento, esto soy, guste o no guste. Creo que lo peor en el mundo, algo que no le hace bien ni a la mente ni al cuerpo, es reprimir todo aquello que, siendo nuestro, no le hace daño a nadie”, dice.
Pero, ¿esto sí lastimó varias personas?, pregunto.
- Sí, pero era mi vida, me dice.
Y tiene razón.
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