viernes, 15 de octubre de 2010

Confesiones de Querol


Foto: David Vexelman
 A los 85 años Mariano Querol Lambarri camina lento pero no se detiene. A pesar del paso del tiempo aún mantiene la vitalidad y entusiasmo de la juventud. Sonríe con frecuencia y hace bromas. Nada parece perturbarlo. Diríase que es un hombre feliz. Es psiquiatra de profesión y curioso intelectual por naturaleza.
Más que un médico es un oteador de almas al que sus dotes de buen conversador  y las propias experiencias traumáticas  le han permitido entender mejor  y ayudar a  sus pacientes: confiesa que tuvo una infancia infeliz, está divorciado y, a mediados de los años noventa, fue secuestrado. En él se combinan el saber y  la experiencia.
Es un hombre  minucioso y ordenado.  Su casa está repleta de libros que ocupan varias habitaciones. Eso sí, están todos sistematizados: cada uno tiene un código que lo identifica, tal como si de una biblioteca institucional se tratara. Además, hay una hemeroteca donde guarda revistas de psiquiatría y más de diez de álbumes de fotos, ordenados por año,  que recorren su historia en imágenes.
Cada rincón de su casa esconde una sorpresa. Predominan las antigüedades y las pinturas. Llaman la atención las  escaleras en espiral, estrechísimas e interminables, que conducen a su consultorio.
 Su afición por la relojería queda en evidencia en un ambiente donde guarda relojes antiguos, diminutas piezas y herramientas para repararlos. En otro cuarto, una colección de armas chinas, resultado de su interés por las disciplinas orientales.
La antesala del consultorio está decorada con objetos de madera, varias antigüedades  y, en la puerta, media docena de pequeños cuadros con frases motivadoras. Una de ellas reza “la preparación minuciosa de una cosa determina su buena suerte”. Algo que él parece tener muy presente.
Habla con naturalidad y fluidez. Se nota que le encanta contar historias. Su mascota Te, una  perra negra mestiza de pelo cortado, descansa en su regazo.
Mientras conversamos, su teléfono suena por lo menos tres veces. Los compromisos sociales, las consultas y otras actividades ocupan todo su día. Él las registra cuidadosamente en una agenda que siempre lleva consigo. “Tengo memoria bastante mediocre para fechas, nombres y horas. Por eso prefiero anotarlo todo pero con lápiz porque la gente siempre cambia  o cancela  y no me gustan los borrones”, dice.
Una de esas actividades, que lo apasiona más que nada, es el baile. Querol es un bailarín tardío porque de joven, confiesa, lo hacía muy mal. Ahora está centrado en la marinera. Va a clases cuatro veces por semana para practicar marinera norteña y limeña. Además asiste a clases de yoga,  medita en su casa y está esperando que se abra la clase de afro para matricularse también. Un homenaje al movimiento y, a sus años, una proeza. Lo cierto es que por estos días nada lo hace más feliz,  sobre todo porque es el rey de la pista y el único hombre de su clase. Las compañeras se lo disputan como pareja de baile.
Para Mariano Querol las mujeres siempre han sido su debilidad. Las aprecia, las admira y, aunque fue un adolescente tímido, en su juventud tuvo varios amores. En sus álbumes las fotos de varias agraciadas señoritas revelan a un conquistador afortunado. “Si te contara las historias con estas chicas”, dice pícaramente. Desde su divorcio permanece como soltero empedernido pero enamorador impenitente y exitoso. HA tenido varias novias y alguna vez sus hijos le sugirieron que se casara.
Dicen sus amigos que es un “polígamo cultural”. Su curiosidad es inagotable y sus habilidades, múltiples: toca piano, habla cinco idiomas, ama la literatura, incursionó en el teatro y en el cine. Esto último, de la mano de su amigo Armando Robles Godoy. Lo único que no ha sido es deportista, tal vez porque cuando era niño  sus padres le dijeron que  la actividad física era una pérdida de tiempo.

Huellas del pasado
Hijo de un médico catalán y una peruana de la clase alta,  Querol – el menor de cuatro hermanos-  vivió una niñez solitaria marcada por la fuerte figura de su madre. “Mi mamá era peruana pero hija de españoles y se jactaba de ser española. Era muy racista, estricta y conmigo nunca fue cariñosa. Sin embargo, tenía también características muy valiosas. Quería que sus hijos supieran mucho. Por eso teníamos  en casa profesores de todo”, dice. Fue ella quien le inculcó el amor por los libros y la música.
De su padre heredó la profesión y aceptó un consejo que no olvidaría nunca. “Era un hombre muy bueno y especial. Me decía que todo hombre debe tener una carrera, un oficio y un arte para que pueda subsistir. Y tenía razón. Yo elegí la relojería porque siempre me sorprendía cómo es que funcionaban esos pequeños artefactos. Y mi arte era tocar piano”, cuenta. Ya no toca hace varios años porque las piezas, dice, no le salen tan bien como antes.
La admiración por su padre le hizo tener la convicción temprana de que sería médico. Ingresó  a la universidad a los 14 años y se marchó de su casa a los 21, aún antes de terminar la carrera. La rigidez de su madre, una católica a ultranza, lo obligó a tomar decisiones drásticas. “No me dejaba salir ni tener amigos y la sexualidad era un tema prohibido. Era imposible seguir viviendo allí.  Lo bueno de eso es que, en respuesta a esa represión, me volví después muy liberal”, dice el psiquiatra casi en ejercicio de autoanálisis.

Foto: David Vexelman
Terminó su carrera en 1947 y estuvo tres años fuera del Perú para realizar su residencia, siempre apoyado por el reconocido médico Honorio Delgado, su mentor.” Estuve en España, Francia y Austria  gracias a las becas que obtuve. Mi experiencia fue buena pero al inicio tuve dudas. No me convencía la psiquiatría porque los tratamientos estaban basados en el electrochoque. Era horrible lo que le sucedía a los pacientes. Me sentía muy mal. Luego pensé que, en vez de dejarla, debía hacer algo para cambiar eso”, dice.
 Alguna vez pensó en quedarse en el extranjero, pero además de las razones prácticas -España no estaba muy bien económicamente y en Francia no podía trabajar de médico-  Querol ensaya  una explicación que debe resultarle emocionalmente costosa: “Mi madre siempre repetía que había que salir de este país. Insultaba a los indios y eso me desesperaba. Mis hermanos  se marcharon como ella quería. A mí me decía lo mismo, que aquí no tenía futuro,  pero yo no acepté. Bastaba que mi mamá quisiera eso para que yo me negara a  hacerlo.  Además, me gustaba mucho el Perú y me sigue gustando”.
Palabra  de terapeuta
Ha pasado por un divorcio, por un secuestro y siempre tiene esa misma actitud pragmática frente a muchas situaciones que ha tenido que pasar o que se presentan cercanas.
Hace pocos años padeció de un cáncer prostático y de vejiga del que ya está recuperado.  “Obviamente me asusté, pero no es porque le tenga miedo a la muerte sino que no quisiera  morir porque me gusta la vida. Que me quiten todo esto es una vaina. Pero qué se va a hacer. Lo que sí quiero es  tener  una muerte tranquila. Tengo ya todo organizado: mi testamento, las indicaciones de lo que se puede o no hacer con mi cuerpo.”, dice como si comentara un tema cualquiera.
Es que con el paso del tiempo Querol ha aprendido a conocerse y aceptar lo inevitable. Su profesión le ha ayudado. “Es posible que por ser psiquiatra me conozca un poco más. Pero hay que llegar a la madurez para eso. Yo siempre he sufrido de depresión, desde niño. Pero recién 10 años después de ser psiquiatra me di cuenta de que lo que tenía no era tristeza sino depresión. No se puede curar pero se puede convivir con eso”.
No sólo reconoció su depresión. “He llegado a la conclusión de que soy mejor de lo que pensaba. De chico no pensaba muy bien de mí mismo. Felizmente uno puede romper con las cosas que no le gustan. Uno, si quiere, puede cambiar. No de un momento a otro pero sí ir mejorando de a pocos”, dice.
También hay balances que no lo dejan muy satisfecho.  “Me arrepiento de no haber amado lo suficiente. Siempre he sentido que mi estructura no me ha permitido amar más de lo que he amado. Otra cosa que me persigue es no haber acompañado en sus últimos momentos a gente que yo he querido.”, dice.
Se siente tranquilo con la vida independiente, aunque no solitaria,  que ha elegido. “Siempre me pregunto cómo hay parejas que, a pesar del tiempo, se quieren y permanecen juntas. Las veo  disfrutando, bailar tomándose de la mano. Gente que se ama de por vida, eso es muy raro. A veces me gustaría tener eso, pero como sé que cuesta mucho y hay que sacrificar libertad para lograrlo, mejor estoy así “, termina.
Mariano Querol ha vivido a su manera una vida completa, plena. Sensible, rabiosamente libre, es un hombre sano que ha  sabido tomar lo bueno de cada experiencia y reírse de los problemas. Tal vez ese sea el secreto de su longevidad. Tal vez ser feliz alarga la vida.




 

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